EL CHIRU CHIRU Y EL NINA NINA NOS DAN A CONOCER A SU PROTECTORA, LA VIRGEN DEL SOCAVÓN

Representación del Chiru Chiru y la Virgen del Socavón, imágenes que se encuentran al interior del museo del Santuario del Socavón
Por: Patricia Barriga Flores – Periodista / Este articulo apareció publicada en el periódico La Patria de Oruro el 5 de marzo de 2011

Existen dos versiones para el culto y devoción a la Virgen del Socavón, las que encierran a dos personajes bastante singulares, el Chiru Chiru, un ladronzuelo amigo de los pobres y enemigo de los ricos; y el Nina Nina, que es más un personaje envuelto en una trama romántica.
Sin embargo, ambos llevan a los orureños a conocer a la Virgen del Socavón, convirtiéndose en la protectora de los mineros y todos los que habitan esta alta tierra de los Urus.

Es así que rescatando los relatos de José Víctor Zaconeta, pudimos conocer la historia del Chiru Chiru.

Y el relato comienza así: Esa bellísima imagen morena, advocación de la Candelaria, que cuando el triste pecador la mira, enmudece el alma y conmovido cae de hinojos en la capilla del Socavón de la ciudad de Oruro. Esa bellísima imagen tiene una novelesca tradición que aún el tiempo no ha desvaído. Está vigente en el recuerdo lugareño.

Su apodo: el Chiru Chiru, y pese a su apariencia de pordiosero sin suerte, era no más un tipejo simpático que no caía mal a los ojos de los hospitalarios orureños. Para Chiru Chiru ir de mano armada significaba su faena cotidiana, pues como hombre de hígados bien puestos poco le importaba caminar con la capa en el hombro, que los bienes temporales los disfrutaba con la misma facilidad que los obtenía.
Era un señor teatrero que planificada tenía su existencia. De día caminaba con aires tan sensatos como los de un Abad, y de noche armaba jaleo robando en el Norte a los descuidados para pignorar en el Sur los frutos de sus malandanzas; y lo que hacía hoy día en Norte y Sur, mañana repetía en Este y Oeste. ¡Incansable laboreo! Emulaba a los gatos que sólo en la oscuridad muestran las uñas.
Este ladronzuelo de siete suelas lo tenía todo, no le faltaba ni sarna que rascar; con decirles que la madre del Salvador le otorgaba el privilegio de ampararle; eso sí, con una condición, que desvalijara sólo a los ricos y que parte del botín repartiera entre los pobres. Chiru Chiru cumplía adpedem literare los caprichos de la divina madre.
Nace toda criatura, según se dice con su ventura y Chiru Chiru no era quien se atreviese a dar vuelta la hoja de su destino. Un día algo le picó en la oreja y desoyendo los consejos de su protectora se le metió entre pecho y espalda despojar a quien no debía de lo único que atesoraba en vida; su tesoro puede llamarse a una petaca con algunas ropillas domingueras. Magro era el botín, pero no las obsesivas intenciones del ladronzuelo. Y pese a la reprimenda de Nuestra Señora y a la amenaza de revocar su amparo, Chiru Chiru no quiso volver la chaqueta y decidió ingresar en la casa. Pero ignoraba su cartilla que la víctima era hombre de pelo en pecho y que por defender a los suyos y su hacienda, podía nomás dar la cara a quien osara depredarla, así fuera el ángel de las tinieblas.
Además aquel hombre tenía el sueño tan ligero como el de una liebre. Esa noche, escuchando ruidos sospechosos en su morada, barruntó que algo torcido sucedía: armó su diestra con una daga y portando en la otra una palmatoria, ingresó de sopetón a la habitación contigua, sorprendiendo a Chiru Chiru, en la indudable faena de despojarle de lo poco que guardaba. Chiru Chiru quiso hurtar el cuerpo huyendo por un ventanuco, pero se interpuso el hombre y sin darle tiempo a decir ¡Tate, tate, caballero! Le asestó una puñalada.
Dizque así sangrante, Chiru Chiru tomó las de Villadiego rumbo a su ladronera. Caminaba moribundo en el silencia de las calles orureñas, y al cruzar la altura de Conchupata se la apareció una compasiva dama, de rutilante porte y afables maneras, que sostenía un niño; le ofreció el brazo y el pícaro malherido apoyado en el inesperado lazarillo, se hundió en la oscuridad de la noche altiplánica.
Al cabo de algunos días, vecinos del arrabal minero, cayeron en cuenta que no veían trajinar al popular amigo de los pobres y la puerta del zaquizamí permanecía entreabierta. Ingresaron a ella, descubriendo el cuerpo muerto de Chiru Chiru sobre un jergón astroso, mientras un cabo de vela parpadeaba alumbrando tenuemente la bella imagen de la Candelaria, casi en tamaño natural pintada en el muero de la cabecera del ladronzuelo.
El extraordinario suceso impactó en los presentes que exclamaron: ¡Milagro! Y desde entonces la mina argentífera de Pie de Gallo cambió su nombre el de Socavón de la Virgen.
¿Fue la madre del Salvador que atendió los postreros momentos de Chiru Chiru? Por lo menos así aseveran las añejerías orureñas.



NINA NINA



En cuanto a lo que se cuenta del Nina Nina, es Emeterio Villarroel el que rescata esta versión, de un manuscrito llamado Folletín Candelizas de la Milagrosa Virgen del Socavón. Este relato encierra algunas fechas y nombres de los personajes que le dan el carácter de historia.

El sábado de carnaval del año de gracia de 1789, medía tranquilamente su acompasado andar en la vereda norte de la calle Andalucía hoy Junín, de la famosa Villa de San Felipe de Austria, un hombre de mediana estatura y con el aspecto exterior de un honrado artesano.

Escondía sus facciones entre los gruesos pliegues de un confortable abrigo y avanzaba sereno su camino, absorto en apariencia en alguna meditación.
Al llegar a la esquina que era de la Cruz Verde (calle Junín) miró con cierto recelo hacia la Casa de Gobierno (Aduana Nacional) abrigó cuidadosamente su cara con su poncho, caló el sombrero, requirió en su seno objeto largo y blanco y apresuró sus pasos con dirección al "Pie de Gallo".
La parte más extensa de la que en aquel entonces era ya famosa Villa de San Felipe de Austria por sus inmensas riquezas minerales, se extendía en las mismas faldas de los cerros "Pie de Gallo" y "Tetilla". Nuestro hombre avanzaba a aquella parte esquivando en lo posible las escazas luces que se proyectaban en la calle.
Después de atravesar varias callejuelas y evitando todo encuentro, llegó a una tapia de mediana elevación.
Agazapado en un ángulo del estrecho reciento que encerraba aquella tapia, Anselmo Belarmino, que así se llamaba nuestro héroe, hizo luz en su yesquero y encendiendo una vela que llevaba escondida en el seno, la colocó en un candelero de barro.
Momentos después podía contemplársele arrodillado, orando fervorosamente ante la imagen de una Virgen de Candelaria, pintada con notables rasgos y coloridos artísticos en la pared de aquel solar abandonado y casi destruido.
Ciertos informes y extraños antecedentes que recientemente llegó a conocer el comerciante Sebastián Choquiamo, de mediana fortuna obligaron a éste, pocos días antes del carnaval, a despedir de su casa y desahuciar rotundamente las pretensiones de matrimonio que había manifestado un novio de su hermosa hija, la india Lorenza Choquiamo.
La noche del día sábado que ya llevamos indicado, Sebastián estaba ausente de su casa y Lorenza despachaba casi automáticamente en la tienda de sus padres, situada en el barrido de Conchupata.
Con todo el tono de es seminobleza de la época de nuestro coloniaje y apoyado airosamente en una lujosa daga que llevaba al cinto, entró a la tienda de Lorenza un apuesto joven de 26 años más o menos, y pidió con imperio una copa de aguardiente.
A la luz vacilante de un candil se podía notar en las facciones de este joven cierto aire sospechoso y algunos rasgos repulsivos a primera impresión. Tenía la frente chata, los ojos pequeños y vivísimos, la nariz aguileña y una espesa barba cubría la mitad de su cara. Devoraba con la vista a Lorenza, y sin más trámite ni cumplimiento arrastró con el pie un banquillo y se sentó a saborear su aguardiente junto al mostrador de Lorenza.
Preguntó por el dueño de la casa y después de observar con alguna inquietud los ángulos oscuros de la tienda, se arrancó convulsivamente la barba postiza que lo desfiguraba y se dejó reconocer de Lorenza: Era su prometido.
En los anales de aquellos tiempos se puede compulsar el terror pánico que llegó a inspirar en estas comarcas el famoso bandido "Nina Nina" especie de monstruo que perpetraba sus robos con la mayor audacia y la más astuta sangre fría.
Este asesino no pudo ser tomado por la policía, y ni los premios que la autoridad ofrecía por su cabeza, ni las diversas partidas que se organizaron contra él, ni las celadas que se le tendían, tuvieron un resultado favorable.
Casi todas las noches de la real Villa de San Felipe de Austria envolvían entre sus sombras y el terror creciente de la vecindad, una víctima del implacable "Nina Nina". Su solo nombre hacía erizar los cabellos de nuestros abuelos y los obligaba a recogerse a sus casas apenas se disipaban las tenues claridades del crepúsculo.
Las siete y media de la noche serían escasamente el sábado de carnaval que ya citamos, cuando Sebastián Choquiamo se recogía apresuradamente a su casa. Media cuadra antes de llegar a su destino, Choquiamo tropezó con una pareja que le embarazaba el paso. Cedió respetuosamente la vereda, pero un ahogado "mi padre", que salió del grupo, hizo retroceder a Choquiamo. Comprendió en un segundo que su hija fugaba con su pretendiente y entabló con éste una lucha desesperada.
Cinco minutos después, un estridente ¡ay! hizo vibrar los aires y una masa pesada quedó tendida en el suelo, mientras un hombre y una mujer se alejaban presurosos del lugar de aquella escena.
Poco después de lo que llevamos narrado, una joven hermosa, vestida de negro, golpeaba la puerta del hospital apoyando su brazo en un joven que casi desfallecía. Hizo instalar con la enfermera a su protegido en el mejor nicho, encargó que llamaran al señor cura, y desapareció súbitamente y como por encanto después de dar su bendición al agonizante y hablándole al oído cortas palabras.
Carlos Borromeo Mantilla, párroco de Oruro en 1789 recibió la confesión del paciente, quien en esos supremos momentos de agonía y teniendo aún clavada en la garganta su propia daga expuso que él era devoto de una Virgen de Candelaria que existía en un solar abandonado de la ciudad, y a cuya imagen dedicaba todos los sábados una vela; que él era Anselmo Belarmino, alias el "Nina Nina", y que estando próximo a expirar sin confesión en manos de Sebastián Choquiamo, había sido auxiliado por la misma virgen a quien veneraba.
De aquí nació ese culto frenético que desde entonces se profesa a la Virgen del Socavón.
Son las dos versiones que se tienen sobre la devoción que lleva a miles de personas bailar en honor a la Virgen del Socavón, el Sábado de Carnaval, convirtiendo a esta actividad religiosa, en una de las más grandes expresiones de fe y devoción del mundo, y mereciendo el título de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, otorgado de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).


Agradecimiento:


A los hermanos Mauricio y Fabrizio Cazorla Murillo por compartir sus documentos valiosos con nosotros.
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