ESE DRAMÁTICO
FEBRERO DE 1781 EN ORURO
Por: Vicente González - Investigador de la historia / Este
articulo apareció publicado en el periódico La Razón de La Paz el 10 de febrero
de 2016
Oruro atravesaba la década
de 1770; había bajado la producción de las minas, de modo que solo contaba con
cerca de 5.000 almas. Algún autor indica que en la Villa de San Felipe de
Austria se produjo una visible dinámica de clases, por la interacción económica,
debido a los diferentes trabajos, con referencia a los modos y relaciones de
producción.
La sociedad estaba formada por gente heterogénea;
españoles, criollos, mestizos e indígenas: estos últimos en la servidumbre y en
las minas. Los potentados mineros Jacinto Rodríguez y sus hermanos eran
personajes descollantes y respetados; tenían un grupo de seguidores. Ramón
Urrutia y Las Casas era el corregidor. Sebastián Pagador fue asimilado a
sargento y era parte del grupo de Rodríguez.
El detonante para los sucesos de 1781 fue el apresamiento de
los hermanos Katari en Potosí. Seguido por la rebelión del cacique José Gabriel
Túpac Amaru, en el Bajo Perú, ocurrida en noviembre, 1780, disponiendo la
ejecución de Antonio Arriaga, corregidor de Tinta. Esto alentó a los campesinos
en Oruro y causó malestar entre las autoridades. La tensión subió cuando los
campesinos de los pueblos aledaños comenzaron a ingresar en la ciudad en gran
multitud, en actitud prepotente. Lo que pedían era la supresión de los onerosos
gravámenes: encomienda y repartos.
Del grupo de Urrutia eran Santelices, Gurruchaya, Salamanca,
Isidro Rodríguez, Ramón Serrano y Domingo de Urquieta. Del de Rodríguez eran
Teodoro López, Eugenio Mendoza de Castro, Benjamín Quiroga, Sebastián Pagador,
Demetrio Mena, Vicente Montesinos, José Manuel Caro, María Quirós y el capitán
Menacho. La ocupación era protagonizada por indios provenientes de Paria,
Sillota, Chusakheri, Andamarca y Challapata.
El 1 de enero de 1781 se verificaron las elecciones del
Cabildo para dos alcaldes y corregidor. Lamentablemente perdieron los
patriotas.
A despecho del peligro que entrañaba la situación de la
ciudad, don Jacinto Rodríguez convocó a sus allegados, entre ellos sus
hermanos, a Sebastián Pagador, al capitán Clemente Menacho, a María Quirós
Herrera, a Caro y a Montesinos, entre otros. Era preciso unirse para defender
la ciudad. Cierto, los indios se dedicaron al saqueo y al pillaje. Era
imperativo hacer frente al peligro… decididamente. El problema era logístico.
Necesitaban armas, pólvora, para ello, dinero. Calcularon que requerían de
4.000 pesos. Curiosamente el tesorero Parrilla ofreció prestar de su propio
peculio 2.000. Se resolvió el entuerto. Compraron y repartieron vituallas a los
defensores, y de acuerdo con lo proclamado por Rodríguez, era un estado de
preguerra. Se produjeron escaramuzas y entre los caídos hubo indios, defensores
criollos y realistas. Mediante ordenanza, Urrutia había dispuesto el
apresamiento de Rodríguez, Pagador y otros, su detención y ejecución en la
horca. Hubo muchos que apoyaban sinceramente a la insurrección, gritando vivas
a Rodríguez.
Salieron escuadrones de militares profesionales que se
sumaron a la represión y hubo otros choques. Murieron muchos indígenas. La
situación se puso confusa. Los campesinos cometieron desmanes, se embriagaron y
saquearon cantinas, bares y chirlatas, destruyeron casas e incendiaron varias
haciendas que algunos criollos poseían en los alrededores de Oruro; saquearon
también los templos y se apropiaron de las joyas y quemaron lo demás. El
sacerdote Menéndez trataba de mediar, pero sin éxito. La clase privilegiada,
presa de pánico, halló refugio en la mansión que ocupaba un potentado godo de
nombre Endeiza, en la Plaza del Regocijo, junto a San Agustín. Era el 9 de febrero
cuando atacaron esa casona y le prendieron fuego. Ardió toda la noche. Murieron
muchos en esa refriega. Los sobrevivientes huyeron a través del templo aledaño.
Urrutia y los suyos fugaron a Cochabamba. Los patriotas habían tomado el
poder.
Era el 10 de febrero de 1781. Los campesinos seguían
empecinados en ocupar Oruro, parecían no mostrar ningún entusiasmo.
Cierto, Jacinto Rodríguez asumió el mando supremo, y todos fueron
colocados en puestos importantes. A Sebastián Pagador lo asesinaron los indios,
no en combate. Lo arrastraron por las calles porque impidió el asalto de Cajas
Reales que estaban a su cargo. El problema se agigantaba a cada instante.
Rodríguez y sus allegados se reunieron para planificar algún recurso
destinado a desalojar a tan indeseables visitantes. Tuvieron que acudir a las
Cajas Reales y necesariamente ofrecerles a cada uno de los indios algo de plata
para que salgan de una vez de Oruro. Se comunicó todo esto a los realistas
escondidos. que debían colaborar, que era imperativo ese recurso bajo promesa
de indulto. Aceptaron. Entonces se hizo el reparto del dinero: un peso plata en
cada mano de indio, sin embargo, aun recibiendo, no cumplieron, no abandonaron
Oruro, tuvieron que buscar otra estratagema: apresaron a tres cabecillas y los
ejecutaron. Esto hizo que algunos se replegaran hacia los cerros, otros
volvieron a ocupar la ciudad.
Entonces tomaron otro recurso sagaz: los defensores atacaron
las markas y ranchos de sus pueblos, mediante escuadras de soldados. Resultó
eficaz, pues recién, en grandes marejadas, los campesinos abandonaron por fin
la ciudad. Fue un recurso que dejó bajas entre los indios. Lamentablemente la
insurrección fracasó.
Regresaron los realistas. Urrutia tomó cruel venganza:
ejecutó a varios, procesó y desterró a otros enviándolos a Buenos Aires, a la
llamada “Cárcel de los Orureños”.
Entre ellos estaba Jacinto Rodríguez, el artífice de la
insurrección orureña del 10 de febrero de 1781.
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