Panorámica donde aparece al lado derecho la Iglesia de San Miguel
Por: Ovidio Cayoja / Periodista de La Patria
Si uno nombra la palabra “Ranchería” de inmediato se le
vienen dos ideas a la cabeza, por una parte el lugar preferido para degustar
los chorizos acompañados de un fresquito de mocochinchi y también el lugar
donde hasta hace poco tiempo se creía que fue fundada la Real Villa de San
Felipe de Austria.
Pocos conocen el lado misterioso de este sector y de las calles aledañas a la
plaza, el templo de San Miguel, entre otros. Algunos lugareños recuerdan
todavía las historias fantásticas de aparecidos fantasmales que causaban
zozobra a los ocasionales transeúntes que caminaban por esta zona en épocas
pasadas, quienes pasaditos de copas y armados de valor se aventuraban a
transitar solos por las estrechas calles que circundaban este sector.
En tiempos de la Colonia esta zona era habitada por los indígenas, razón por la
que se cree que no fue el sitio de la fundación de la villa, era un lugar donde
el comercio se hacía una costumbre, pues los campesinos llegaban desde los
poblados cercanos con productos agrícolas.
Considerado un tambo, era el punto de partida para los viajeros que se
ausentaban hacia La Paz y Cochabamba, para ello en las casas más alejadas había
establos que fletaban burros.
Incluso, luego de que la plaza 10 de Febrero y Castro y Padilla fueron empedradas,
las corridas de toros se trasladaron hasta la Ranchería, lo que pocos conocen
es que en cercanías al templo de San Miguel existía un cementerio. Además que,
por ser un sitio alejado del centro, en ocasiones se producían riñas con
consecuencias fatales, muchos arguyen el motivo de los aparecimientos a estos
aspectos.
Es en este sitio donde existen historias de aparecidos y ángeles, duendes con
caras de demonios, viudas hermosas que te llevaban a una habitación elegante y
al día siguiente aparecías en un cenizal, perros que arrastraban cadenas, almas
en pena que se encontraban sentadas cerca del camposanto, los querubines de la
fuente de la plaza que bajaban para hacer algunas travesuras. Pero el punto de
coincidencia de la mayoría de estos relatos es que las víctimas se encontraban
ebrias.
Bajo este contexto, nos adentrarnos en una historia que parecería sacada de una
novela dantesca, pero que según los moradores más antiguos de la Ranchería,
ocurrió en varias ocasiones. Una tienda misteriosa donde la misma muerte era la
encargada de atender a los infortunados compradores, la misma se dice aparecía
justo a la media noche y su característica principal era una vela encendida que
titilaba al compás del gélido viento de la noche orureña.
En esos tiempos, la iluminación se limitaba solo a la plaza principal y sus
alrededores, en las calles adyacentes existían una serie de locales donde los
feligreses mataban las penas con unas cuantas copas, las juergas nocturnas no
pasaban más allá de la media noche, porque muchos le temían a sucesos extraños
que ocurrían algunos días.
Pero nunca faltaban aquellos que abusaban del licor y se olvidaban de cualquier
creencia o advertencia, avanzando de forma lenta, tambaleante y en algunos
casos dando algunos tumbos, los borrachines se trasladaban hacia sus
domicilios, teniendo en ocasiones contadas a la solitaria luna como su
compañera.
Pero hubo una vez en que uno de esos borrachines se puso a andar por la calle
Soria Galvarro con dirección a la zona Norte de la ciudad, por donde hoy se
encuentra el hogar Penny, cuando faltaba media cuadra para llegar a la plaza de
la Ranchería, vio una pequeña lucecilla que le hacía competencia a la oscuridad
que rodeaba el ambiente.
–Una tienda abierta, que buena suerte- se dijo a sí mismo y sin pensarlo dos
veces se acercó hasta el lugar y vio que sentada en la parte del frente estaba
una anciana vestida con una túnica negra que le tapaba el rostro, la vela que
iluminaba escasamente el lugar no permitía ver los productos que ofrecía.
El hombre ensimismado en su borrachera con una voz un tanto tosca consultó
-¿Señoray me puedes vender unos cigarrillos?- pero no escuchó respuesta alguna
de la mujer que ni siquiera reparaba en mirarlo. Elevó el tono de la voz pero
nada.
El borrachín comenzaba a inquietarse y de pronto, la anciana comenzó a moverse
sin dar palabra se dirigió hasta el fondo de la tienda y volvió con un par de
cigarros.
-Deme un fósforo para prenderlo- replicó el ebrio imprudente, la figura
fantasmal de la anciana no dijo nada solo volvió hasta el fondo de la tienda y
alzó una caja de fósforos para satisfacer los pedidos del hombre.
Un viento gélido sopló apagando el primer cerillo que intentaba encender
nuestro personaje, un segundo intento fallido, pero al tercer movimiento, el hombre
movido por la curiosidad del accionar de aquella dama intentó alumbrar el
rostro de la anciana. Cuando la lumbre llegó hasta la cara de la vendedora, el
hombre no supo dar crédito de lo que veía, nada de carne, un esqueleto que
caminaba a libre voluntad donde deberían estar la parte de los ojos, ardían dos
llamas que reflejaban el destino final del pobre borrachín, los dos cigarros
que le ofreció aquel personaje lúgubre estaban convertidos en dedos humanos.
El hombre estaba paralizado de la impresión, quería gritar, pero su aliento se
había perdido, estaba frente a frente con la muerte que le ofrecía la cosecha
de las almas perdidas reflejadas en restos humanos. La calavera al ver al
infortunado tieso como una roca comenzó a emitir una carcajada tenebrosa que se
escuchaba como un ronquido a lo lejos.
Un alarido desgarrador se escuchó por toda la plaza, el ebrio al fin había
podido reaccionar a la impresión, dando un giro bajó por en medio de la plaza y
luego en línea recta por la calle La Paz sin mirar hacia atrás solo corriendo
sin rumbo marcado.
A la mañana siguiente se dice que al pobre infeliz lo encontraron de bruces
tirado en medio de un establo, su rostro había pagado el precio de enfrentar a
la misma muerte, pues una marca tan horrible como desconocida se pronunciaba
sobre su cara, algunos dicen que se volvió loco y vivió así por mucho tiempo,
otros que, debido a su tétrico encuentro, falleció a los pocos días.
Lo cierto es que esta historia tradicional de este sector se repite con
frecuencia entre los vecinos de la Ranchería, con diferentes actores y en
diferentes circunstancias, pero los personajes casi nunca cambian, un hombre
pasadito de copas y una anciana que está al frente de su tienda acompañada de
una vela.
Se dice que en esa época, cuando los ocasionales transeúntes veían una pequeña
luz que se titilando por la plaza, inmediatamente optaban por algunas rutas
alternas para llegar a sus domicilios y así esquivar a la lúgubre muerte y su
qhátu de almas perdidas huesos y restos humanos.
- Basado en relatos orales de los vecinos de la zona de la
Ranchería.
- Datos obtenidos del libro “Oruro 400 años en su Historia”, de la carrera de
Antropología de la Universidad Técnica de Oruro.
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