ROBERTO SUÁREZ,
EL PROTEGIDO DE LA DICTADURA Y DE LA DEMOCRACIA INCIPIENTE
Por: Rubén D. Atahuichi
López / Este articulo apareció publicado en el periódico La Razón
el 24 de marzo de 2013
Cuando en octubre de 1979 asistió en La Paz junto a su
esposo a una cena en el Círculo de Oficiales del Ejército (COE), Ayda Levy no
imaginó que aquella vez fuera el principio del fin. El empresario Roberto
Suárez había comenzado peligrosamente a codearse con el poder político. Esa
noche, la pareja fue la invitada del coronel Alberto Natusch Busch, el célebre
golpista de Todos Santos...
Cuenta ella en su libro El rey de la cocaína. Mi vida
con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer narco Estado, publicado en
diciembre de 2012 (Debate), que en la comida alguien desconocido se sentó al
lado suyo. Era Klaus Altmann (así lo cita a Klaus Barbie), con quien departió
comentarios, como todos en la sala, sobre la grave situación que entonces vivía
el país, presidido por Wálter Guevara.
Nacido en Bad Godesberg (Alemania) el 25 de octubre de
1913 y fallecido en Lyon (Francia) el 23 de septiembre de 1991, el hombre se
convirtió en poco tiempo en el nexo de Suárez con los círculos del poder, hasta
cuando éstos se cansaron de protegerlo o tratar con él. Oficial nazi, de la SS
y la Gestapo, aquél llegó a Bolivia a finales de 1955, entonces buscado por
crímenes de guerra.
Al terminar de leer el libro, la primera curiosidad
que surge es saber de dónde Levy cuenta tantos detalles sobre las andanzas del
“Rey de la Cocaína”, del que dice que muchas veces no sabía en qué menesteres
estaba metido. Uno supone que rescató los escritos del texto de 500 páginas no
publicado (Tesis coca-cocaína) con el que el susodicho fue enterrado en
Cochabamba, en julio de 2000. Contactado con Levy a través de un mensaje
directo en el Twitter (@LevyAyda), ella sólo atina a decir “me alegra que le
gustara el libro”.
Muy develador, a pesar de su versión, el libro recorre
en el presente breves saltos al pasado de los protagonistas y las
circunstancias, además de oportunas notas de diarios influyentes del mundo, con
detalles que incluso explicarían, por ejemplo, por qué Suárez no pudo ser
detenido en mucho tiempo siendo entonces el hombre más buscado del país. Es que
tenía fuertes vínculos con los gobiernos, de aquí y de allá, hasta negocios con
el temido Cártel de Medellín, comandado esa vez por Pablo Escobar. Era el socio
ilícito de varios presidentes del pasado.
Roberto, el menor de los cuatro hijos de Nicómedes
Suárez Franco y Blanca Gómez Roca, había nacido el 8 de enero de 1932 en Santa
Ana de Yacuma, Beni. Su padre “rey del ganado” y él “rey de la cocaína” luego
de haber sido un próspero empresario, eran herederos de la estirpe del “rey de
la goma”, Nicolás Suárez Callaú.
Durante siete meses antes del golpe de Luis García
Meza (17 de julio de 1980), éste y Luis Arce Gómez, en la tarea logística;
Altmann, en la operativa; y Suárez y otros empresarios cruceños, en la
responsabilidad financiera, habían planificado la asonada, para evitar que
Hernán Siles Zuazo asumiera la presidencia de la República, entonces a cargo de
Lydia Gueiler Tejada. “Para alejarme de la incómoda situación en que de manera
incomprensible nos había colocado Roberto, al aceptar colaborar con la flamante
narcodictadura, decidí acompañar a mi hija (Heydi, Miss Bolivia), a las
Filipinas”, cuenta Levy.
Narco Estado. En medio de su cumpleaños de ese año, el
empresario ganadero y exportador de palmitos (¿esto lo sabíamos?) se separó de
sus invitados del hotel Los Tajibos de Santa Cruz para reunirse con Altmann
(éste le había regalado un pastor alemán de nombre Lobo). Al volver, el hombre
se disculpó y alegó que había discutido con el alemán “asuntos de Estado”,
comentario que causó risas en la sala. “Me contó que había recibido una
invitación de parte de su primo, el coronel Luis Arce Gómez, para reunirse con
él y el general Luis García Meza en La Paz en el curso de los próximos días”,
recuerda la viuda.
Una semana después, Suárez viajó a la cita con el Alto
Mando Militar y los líderes de los “partidos de centro y de derecha”. El
operativo requería “nada menos que la friolera de cinco millones de dólares
americanos”. “Para garantizar el éxito del sedicioso plan, Roberto estaba
dispuesto a pagar cualquier precio”. Había nacido “el primer narco Estado”,
como lo describe en el título de la obra Levy.
En un artículo que publicó el 1 de noviembre de 1998
El Nuevo Herald, que citaba a un libro escrito por Suárez desde la cárcel, el
diario informó que García Meza y Arce Gómez fueron quienes pidieron al
narcotraficante que propusiera “un plan a base de la producción y venta de
cocaína para financiar programas estatales”. Yo fui “inducido a traficar
cocaína no solamente por el gobierno de García Meza, sino por la Drug
Enforcement Administration (DEA) y por la Central de Inteligencia (CIA) de
Estados Unidos”, admite el hombre, según citaba el periódico estadounidense.
En ese tiempo surgió “La Corporación”, llamada así el
negocio de Suárez por la red de protección y silencio que había logrado de
parte de autoridades del Gobierno, jefes militares, jueces, fiscales y hasta
monjas y curas en todo el país, que sagradamente recibían un bono. Estados
Unidos consideraba al emporio de Suárez como la “General Motors de la cocaína”,
debido a su influyente y fuerte economía.
Afirma el libro que la alianza Suárez-García Meza-Arce
Gómez sufrió fisuras por la “traición” de estos últimos. A través de Altmann y
por presión del “omnipotente Departamento de Estado”, el dictador le comunicó
que el Gobierno iba a publicar la lista de la DEA. Él era el primero de la
lista, seguido por su hijo Roby...
Pero los tentáculos del Rey de la Cocaína
trascendieron también al gobierno de Hernán Siles Zuazo, que asumió el 10 de
octubre de 1982. El Presidente nombró a Rafael Otazo como jefe de la lucha
antidroga y la primera misión de éste era “concertar una reunión con Roberto lo
antes posible”. Logrado el contacto, el funcionario fue trasladado vendados los
ojos en avión de El Alto hacia una hacienda en el Beni, donde lo esperaba
Suárez, entonces buscado por la DEA.
“Como había ocurrido en anteriores oportunidades, esta
vez (Roberto) tampoco negó su contribución económica al Estado. Sin pensarlo
dos veces, se comprometió a hacerle llegar al Tesoro General de la Nación una
suma mínima de diez millones de dólares mensuales”, narra Levy.
“Desafortunadamente, los índices inflacionarios
estaban fuera de control. Los más de 150 millones de dólares no reembolsables,
erogados por Roberto durante los 12 meses siguientes, no sirvieron más que para
equilibrar una pequeña parte de la balanza fiscal y paliar de forma mínima el
hambre del pueblo”.
No agresion. En 1962, en el segundo periodo de Víctor
Paz Estenssoro, el líder histórico del Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR), “mi esposo fue elegido subprefecto de la provincia Yacuma”, cuenta la
mujer. El hermano de aquél, Hugo, también fue colaborador del mandatario, como
ministro de Agricultura.
Más de 20 años después, en agosto de 1985, cuando Paz
Estenssoro asumió por cuarta vez el poder, la “antigua y estrecha relación de
amistad” continuaba intacta, aunque se interponía la actividad ilícita de
Suárez. Levy sintió entonces mayor preocupación sobre el Rey, hasta que —tras
la muerte de uno de los socios de éste, el colombiano César Cano, el 11 de
agosto— Roberto precipitó la decisión de abandonar el negocio y sus vínculos
políticos.
A través de sus hermanos buscó “un pacto de no
agresión” con el Gobierno. Mientras esperaba en Medellín los resultados, su
hijo Roby le comunicó la buena nueva: “La única condición que puso el
Presidente para no molestarlo es que no vuelva ni siquiera a mirar un gramo de
cocaína. (...) Dicen (mis tíos) que también les ha pedido que no aparezca en la
prensa por un buen tiempo”.Trato hecho para Suárez. “Decile a tus tíos que le
aseguren al doctor Paz Estenssoro que no se arrepentirá (...)”, respondió el
papá.
Antes, en la campaña electoral, ya había tenido
“reuniones” con acólitos de Hugo Banzer Suárez. El famoso “narcovideo” (que
nunca se esclareció en el Congreso Nacional) develó la trama, en la que se vio
a dirigentes de Acción Democrática Nacionalista (ADN), Alfredo Arce Carpio y
Mario Vargas Salinas, reunidos con Suárez. Levy ratifica la versión: “En honor
a la verdad, debo confesar que ésa no fue la primera ni la última reunión que
mi marido mantuvo durante su vida, antes y después de su paso por el
narcotráfico, con presidentes, ministros, congresistas y candidatos de todos
los partidos políticos, comandantes militares y policías”.
Aunque no precisa cuánto, otro libro se encarga de
detallar el monto. “El Rey de la Coca reconoció haber contribuido con 200 mil
dólares a la campaña electoral de Banzer”, señala Martín Sivak en su libro El
dictador elegido, biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez (2001).
Durante su gobierno (1989-1993), Jaime Paz Zamora
acuñó el eslogan “Coca no es cocaína” y hasta llevaba en la solapa de su traje
una hojita de coca a los foros internacionales. Encarcelado Suárez en ese
tiempo, la administración del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR)
negó a los hijos que aquél fuera atendido en una clínica privada, ante un
infarto que había sufrido. Fue “por temor a que el Rey hablara con la prensa”,
recuerda la viuda.
Aunque el gobierno de Paz Estenssoro se atribuyó la
detención de Suárez, en 1988, Levy dice que éste se entregó. Previo compromiso
con las autoridades la noche anterior, a las que les dio las “coordenadas”, el
20 de julio, soldados de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (Umopar) lo
alcanzaron en El Sujo (Beni), donde los esperaba con chocolate caliente.
Retirado tras años antes de la actividad, había decidido entregarse, cansado de
pasar en uno y otro lado por evadir a las autoridades y la DEA. Estuvo tres
años y medio recluido en la cárcel de San Pedro de La Paz.
En su tiempo logró producir 1.000 kilos diarios de
cocaína en varios de sus laboratorios. Se dice que el negocio le permitió a
Suárez acumular 3.000 millones de dólares. Levy afirma que su esposo pudo ser
un gran político si es que no se metía en las redes del narcotráfico. “Quiso, y
en gran manera, ayudar a los pobres y desamparados del país, usando los
recursos que genera la hoja sagrada de los incas: la coca”.
Yo fui el Rey, extracto de un libro de su
autobiografía
¿Por qué extrañarnos de que, si alguien se ve mezclado
en el turbio mundo de las drogas, se tenga por sentado que lo único que busca
es fortuna o poder? ¿Por qué parecernos raro que se niegue a priori la
posibilidad de incursionar en el narcotráfico en aras de nobles ideales, con la
motivación del amor a la patria y a la humanidad? ¿Por qué sorprendernos de que
se dé categoría de dogma inconmovible a la idea de ser incongruente que un
individuo, que haya alcanzado alto éxito en su vida privada, participe en el
tráfico de sustancias prohibidas por devoción a su pueblo y a los pueblos del
mundo?
La moral convencional y los intereses subyacentes
desdibujan la realidad, mostrándola como una película de Hollywood, donde los
buenos son siempre ellos y los irremediablemente malos somos siempre nosotros,
los que no somos como ellos. No es sólo una enfermedad del pensamiento o un
maniqueísmo sofisticador; es también un mañosa y premeditada distorsión de la
verdad. Yo he escrito para confesarme ante mi pueblo y ante el mundo, con la
esperanza de que mi experiencia contribuya a formar una nueva conciencia
colectiva que ya se advierte venir y que algún día cambiará el planeta. Sé que
no es fácil llegar a la comprensión y al sentimiento del pueblo. Un Antonio
José de Sucre, un Andrés de Santa Cruz, un Gualberto Villarroel, tuvieron que
morir para conseguir su reivindicación histórica. Empero, no me mueve un afán
de justificación ni me preocupa restaurar mi imagen mancillada, porque no me
interesa cómo aparezco ante los demás. Él será quien evalúe los actos de mi
vida...
Carta a Reagan y el pago frustrado de la deuda
Roby, el primogénito de Roberto Suárez y Ayda Levy,
fue detenido a principios de 1982 en Italia y luego trasladado a Suiza, donde
fue recluido acusado de haber ingresado al país con documentación falsa. Aunque
Estados Unidos quiso tenerlo entre sus enjuiciados, por tráfico de drogas del
implicado, no pudo lograr su extradición debido a la ausencia de un acuerdo al
respecto entre ambos países.
Ante ese extremo, el Parlamento suizo otorgó una y
otra vez un plazo para la detención, con el objetivo de buscar una
justificación concreta de Estados Unidos para una eventual extradición del
boliviano. Como Washington no lograba convencer a Suiza, los plazos eran
ampliados de forma continua. La madrugada del 15 de agosto de 1982, un comando
de marines irrumpió en la cárcel de Bellinzona y secuestró a Roby, a quien
luego trasladaron a Miami, donde le esperaba un juicio por narcotráfico.
La familia Suárez-Levy contrató un bufete de abogados
estadounidenses para la defensa, al precio que éstos pidieron. Entretanto, el
padre, Roberto Suárez Gómez, se mostró desesperado en el país, desde donde
intentó cualquier plan con tal de liberar a su hijo, cuyo caso judicial estaba
cifrado con el 80-205-Cr-EPC, en la Corte Federal del Distrito de la Florida.
A través de sus abogados John Spitler y Mitch
Bloomberg hizo llegar al entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan,
una carta para intentar la liberación de su hijo. Dice Levy en el libro, que el
mandatario sabía del contenido de la misiva por intermedio de un amigo de
ambos. Aquélla, fechada en Camiri el 1 de septiembre de 1982, decía en parte:
“Éstas son, señor Presidente, las dos condiciones a cambio de mi entrega
voluntaria a las autoridades que usted indique. Ambas son lógicas y justas. La
primera obedece a los sentimientos más profundos de un padre; la segunda se
funda en que soy un boliviano que ama entrañablemente a su patria, se conduele
con su crítica situación y, si mi libertad puede servir para ayudar a que mi
pueblo salga de este estado, bienvenida la cárcel o la muerte”.
Incluso, en el final del texto, Suárez propuso pagar
sin éxito la deuda externa de Bolivia en caso de que lograra la liberación de
su hijo. Entonces, esa deuda alcanzaba a 3.500 millones de dólares. Roby, de 23
años, fue liberado el 19 de noviembre de 1982 por orden del juez Peter Palermo.
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