22 de Febrero, 2004 (Oruro -
La Razón)
Ocho jóvenes relatan lo que la
entrada folklórica les provoca. El dolor en los pies, el peso en los hombros,
el ardor en la espalda se compensan con pura pasión.
Domingo de Convite. Sentado en una banca del
parque de la Unión, el tinku de los Wistus acaricia su montera como si de un
trofeo se tratara. Juraría que la sangre se le hace más densa. Esa sensación le
es tan familiar... Con la bendición de la Virgen del Socavón, Marcelo Arnez, de
22 años, está listo para bailar.
Un platillero de terno y camisa anuncia que es la
hora. Los silbatos de los guías mandan tomar posición. Son los caporales
Centralistas, lo dice el blanco y azul de su vestimenta. Es la primera vez de
María José Plaza, quizá por eso siente que la lengua le pesa. Nunca había
mascado coca y no pudo negarse en la víspera, durante la velada a la Virgen.
“Qué aburrido”, había pensado, pero ahora que está cerca al mercado principal,
en medio de ese mar de ojos, la devoción cobra otro sentido.