Fotos: Ernst Röhm
Septiembre de 1930.
Adolf Hitler necesitaba la presencia en
Alemania de su amigo y camarada Ernst Röhm. El 14 de ese mes habían tenido
lugar elecciones parlamentarias, en las que el Partido Nacional Socialista de
los Trabajadores Alemanes (NSDAP, por su sigla en alemán) había obtenido
decenas de nuevos escaños en el Parlamento. Sin embargo, reinaba gran
descontento entre la Sturmabteilung (SA), el brazo paramilitar del movimiento
nazi, pues sus miembros, los camisas pardas, consideraban no haber obtenido
suficientes puestos entre los candidatos. Reinaban aires de revuelta interna.
Semanas antes, Walter Stennes, el jefe de la SA en Berlín -proeza irrepetible-
había llegado a abofetear al propio Hitler. Y el líder nazi, que no llegaría al
poder sino en 1933, literalmente huyó a Múnich, cuartel general del NSDAP, y
telegrafió a Röhm.
Y es que la única
persona capaz de imponer el orden en aquella hueste de hombres brutales era
alguien más brutal aun: Ernst Röhm, el fundador y organizador de la SA.
El único problema
era que Röhm se había marchado a Bolivia en 1928, tras renunciar a todos sus
cargos en la SA y en el NSDAP, y disgustado, tirándole la puerta en las narices
a su amigo Addolf.
En efecto, todas
las biografías de Hitler, así como las historias del III Reich, se limitan a
decir que Ernst Röhm -el personaje más importante del nacionalsocialismo
después de Hitler hasta 1934- se marchó a Bolivia como “instructor de tropas
del Ejército boliviano” en 1928, y que estuvo de regreso en Alemania a fines de
1930. Ninguna historia del III Reich dice lo que hizo Röhm en Bolivia. Veamos
pues.
Nacidos
de la violencia
En 1919, con la
derrota militar y el derrumbe de la monarquía imperial alemana en la Primera
Guerra Mundial, había llegado el caos económico, social y político. Florecieron
toda clase de grupúsculos políticos con agendas radicales de izquierda y
derecha. Tras la abdicación del rey de Baviera -súbdito del también derrocado
emperador alemán- surgió, por ejemplo, la efímera República Soviética de
Baviera, ahogada en sangre por el Ejército alemán. Uno de los protagonistas de
aquella represión fue el capitán Ernst Röhm, héroe altamente condecorado de la
Primera Guerra Mundial. En efecto, era el Ejército, rebautizado como
Reichswehr, el único garante de algún orden.
Y era la
Reichswehr la que le había ordenado al cabo Adolf Hitler infiltrarse en algunos
de aquellos pequeños partidos políticos con el fin de informar sobre posibles
actos de violencia. Para hacer la historia corta, fue el capitán Ernst Röhm
quien llevó al cabo Hitler a infiltrarse en un grupúsculo radical muniqués
llamado “Partido de los Trabajadores Alemanes” (DAP).
Con frecuencia se
ha descrito a Röhm como poseedor de una mezcla de los rasgos de un oficial de
Estado Mayor con los de un sargento de tropas. “Una extraña mezcla de militar
prusiano y currutaco bávaro”. Röhm invariablemente se salía con la suya y
proclamaba en voz alta que veía al mundo desde un punto de vista
“deliberadamente unilateral”, “exclusivamente marcial” y perseguía sin
concesiones la meta de ganar para los veteranos alemanes “su parte en el poder
del país”. Todo ello impregnado de un palmario desprecio por todo lo que fuera
afeminado, burgués o civil. A su vez, Röhm vio en Hitler un pregonero
sensacional, un captador de esas multitudes que él necesitaba para ganar el
poder para los veteranos de la guerra.
En poco tiempo,
Hitler y Röhm pasaron de ser informantes a ser miembros activos del partido.
Hitler exhortó a Röhm a hacerse miembro. Al descubrir su don de la retórica,
Hitler se convirtió en el Führer del partido y cambió la sigla de DAP a NSDAP.
Las características políticas de esos tiempos violentos exigieron la creación
de un “grupo de asalto” que sirviera tanto para la protección de los oradores
del NSDAP como para desbaratar mitines de las siglas rivales. Ese grupo de
asalto sería la SA. Los comunistas, los socialdemócratas y los demás partidos
también tenían sus respectivos grupos de choque uniformados. En el caso de la
SA, la “camisa parda” se debió a la obtención de un lote de uniformes color caqui
destinados al desbandado Ejército Imperial en las perdidas colonias en África.
Hitler se
convirtió en el caudillo (Führer) del NSDAP. Röhm, de la SA. El liderazgo de
Hitler era discutido e incluso disputado por otros. El de Röhm, no. Ambos
brazos formaban un todo: el “movimiento” nazi. Hitler, en sus discursos, a
veces mencionaba al partido, pero se refería constantemente al “movimiento”.
En 1923, inspirado
en la “Marcha sobre Roma” de Mussolini, el movimiento protagonizó un fallido
golpe de Estado desde Munich. Varios nazis murieron, otros buscaron el exilio,
y el propio Hitler, herido, resultó encarcelado. Röhm fue expulsado de su amado
Ejército. El hombre era, sobre todo y ante todo, un soldado. Una vez le dijo a
un diplomático británico: “Podría llegar más fácilmente a un acuerdo con un
soldado enemigo que con un civil alemán, porque éste es un cerdo y no entiendo
su lenguaje”.
Hitler utilizó su
tiempo tras rejas para escribir Mi lucha. Röhm, para reorganizar el partido y
la SA bajo diferentes nombres. Ese tiempo de reflexión le sirvió a Hitler para
concluir que no tomaría el poder por la fuerza, sino mediante el voto. Para
Röhm la conclusión era la opuesta: la SA debía ser tan fuerte como para tomar
el poder mediante la violencia. Antes del fallido putsch de Múnich, la SA nunca
había tenido más de 2.000 hombres. Cuando Hitler salió de la cárcel, 13 meses
después, Röhm lo esperaba con una SA de 30.000 efectivos. Más que los
militantes del NSDAP. Para enorme sorpresa y decepción del ex capitán, Hitler no
sólo desestimó la toma del poder por la fuerza, sino que también le pidió a
Röhm subordinar a la SA al mando político del NSDAP. Röhm jamás lo permitiría.
Para él, la derrota en la guerra se había debido a que los militares estuvieron
subordinados a los políticos. Si no lo hubieran estado, razonaba, Alemania
hubiera podido ganar la guerra. La pugna se prolongaría, sin frutos, por un
año.
Aunque Röhm pudo
haberse impuesto a Hitler por la fuerza, o pudo incluso haber roto con él y
formar su propio partido, más grande y brutal, prefirió apartarse. El leal
Ernst nunca traicionaría a su amigo Addolf. En previsión de que Röhm no
subordinaría a sus hombres al partido, Hitler creó la SS, bajo la condición de
lealtad y obediencia incondicionales a su persona.
Entre 1925 y 1928
Röhm vivió mal, de trabajos ocasionales. En esos años vivió “la vida de un
animal enfermo”, apartado de los excesos y las irregularidades de una vida de
soldado, y también de la mayoría de sus camaradas. “Vagaba incesantemente,
pernoctaba aquí y allá donde amigos, se convirtió en vendedor viajante para una
compañía de publicaciones patrióticas, y trabajó dos meses en una fábrica de
máquinas. Para todo efecto práctico, desapareció de la vida política alemana.
Por
qué ir a Bolivia
¿Cómo fue que Röhm
terminó en Bolivia? El 5 de diciembre de 1928 se produjo el incidente armado de
fortín Vanguardia, en que una facción del Ejército paraguayo atacó y destruyó
el fortín boliviano Vanguardia, cerca del Chaco que ambos países reclamaban
como suyo. La unidad paraguaya mató a cinco soldados bolivianos, tomó
prisioneros a otro puñado de ellos y destruyó el fortín. Se convirtió en un
incidente internacional mayúsculo. Bolivia decidió llamar de regreso al general
alemán Hans Kundt como jefe del Estado Mayor General y contratar a otros cinco
oficiales alemanes.
En esos días el
mayor Wilhelm (Guillermo) Kaiser le ofreció a Röhm un trabajo en el Ejército
boliviano. Kaiser era un oficial alemán retirado que había fungido de agregado
militar boliviano en Holanda y a quien el Ministerio de Guerra del Reich le
confió “varias misiones” en Europa. El ofrecimiento de una posición militar fue
tan repentina que Röhm diría después que contó con un plazo de 48 horas para
embarcarse en Hamburgo. Las autoridades bolivianas acordaron contratar los
servicios del capitán a partir del 5 de diciembre de 1928. Röhm, que en esa
fecha se encontraba en Berlín, finalizó apresurado papeleos para su partida.
Su salario, con el
grado de teniente coronel, sería de mil bolivianos durante el primer año y de
1.100 el segundo. Se le adelantó 3.000 bolivianos para cubrir sus costos de
viaje y 700 para su uniforme y equipo. Al finalizar su contrato se le pagaría
un bono de 2.000 bolivianos. Si decidía renovar su contrato en 1931 su paga
inicial sería de 3.000 bolivianos mensuales. Casi la misma suma que el general
Hans Kundt.
El 5 de enero de
1929, junto con cinco compatriotas, entre ellos Kundt, Ernst Röhm ponía pie en
La Paz. Cuando el ministro alemán en Bolivia, Hans Gerald Marckwald, se enteró
de su presencia en Bolivia, se preguntó: “¿Es este caballero realmente el representante
militar alemán apropiado para aquí?”. Tal como lo establecía su contrato, Röhm
fue ascendido a teniente coronel del Ejército boliviano y puesto a cargo de la
Jefatura de la Sección III (Operaciones) del Estado Mayor.
Cuando arribaron,
el incidente de fortín Vanguardia había sido solucionado de manera pacífica.
Röhm venía ilusionado a pelear una guerra. Se quejó: “El hecho de que a mi
llegada encontrara que la guerra entre Bolivia y Paraguay había sido resuelta
estuvo lejos de ponerme contento, pues soy inmaduro y malvado, y la guerra y el
tumulto tienen para mí más atractivo que la pacífica vida burguesa [‘]. En todo
caso, a poco de mi llegada a Bolivia se produjo la paz, [por lo que]
sencillamente Bolivia no pudo aprovechar y disfrutar de su indudable éxito
militar debido a la política exterior de ambas naciones”.
“Esa
clase de amores”
Röhm era
abiertamente homosexual -éste no es un detalle menor-. Llegó acompañado de un
mancebo, pintor, de 19 años, muniqués, llamado Martin Schätzl. Mientras residió
en La Paz, Röhm vivió primero en la casa de un tal Cipriano del Carpio. Más
tarde ocuparía un pequeño departamento en la casa de Franz Tamayo, en la calle
Loayza. Tomó un profesor de español. A Röhm le pesaba no encontrar “esa clase
de amores” en Bolivia y le escribía cartas con esa clase de lamentos íntimos a
su confidente, un psiquiatra berlinés de apellido Heimsoth.
En Bolivia, su
ascenso inmediato, y el aprecio que encontró entre sus camaradas bolivianos por
sus evidentes dotes militares le despertaron la ambición. Algunos oficiales
bolivianos lo creían “sin duda” más capaz que Kundt. En los juegos de guerra de
1929 comandó una de las facciones del Ejército, que se alzó con la victoria.
Empezó a codiciar el cargo de su jefe. Röhm era el militar alemán con el mayor
rango después de Kundt en Bolivia. Éste se dio cuenta de las ambiciones y
maniobras de aquél y fue el segundo paso de una mala relación. A Kundt le
incomodó desde el primer momento la presencia del rudo capitán nazi. Pronto
ejerció su jerarquía y desplazó a Röhm a revistar en guarniciones lejos de La
Paz: Oruro, Challapata, Uyuni, Sucre, el Chaco. Mientras estuvo en La Paz, Röhm
se consiguió como amante a un joven recluta, de apellido Llanque. Desde todos
sus destinos militares bolivianos Röhm le escribía a Heimsoth con todo detalle
sobre su añoranza por los placeres sensuales berlineses.
Como casi siempre,
la política boliviana era turbulenta. El éxito diplomático del presidente
Hernando Siles en la resolución pacífica -y satisfactoria para Bolivia- del
incidente de fortín Vanguardia no fue suficiente para paliar la agitación
reinante. Para colmo, contra todo consejo y prudencia, Siles -en general un
buen presidente- decidió prorrogarse en el poder mediante una truculencia. Ello
desató una ola de protestas que abarcarían mayo y junio de 1930 y que
desembocarían en una sangrienta revolución que lo derrocaría.
Kundt y el puñado
de oficiales alemanes que servían en el Ejército boliviano permanecieron leales
al Gobierno de Siles. Röhm fue la excepción y su rol fue importante en la caída
del régimen. Las manifestaciones en La Paz (que produjeron un par de muertos)
se mantuvieron bajo el control de la Policía (el Ejército permaneció
acuartelado) durante varias semanas. Lo que inclinó decisivamente la balanza
fue el pronunciamiento militar, el 25 de junio de 1930, de la Primera División
del Ejército, con asiento en Oruro, que desconocía al Gobierno de Siles. El
manifiesto está firmado por un teniente coronel de nombre José Luis Serrano,
comandante del Regimiento Camacho 1º de Artillería, parte de la Primera
División. Varios otros oficiales firman el manifiesto, pero no Röhm. Otra vez:
¿cuál fue el papel de Röhm? En ausencia del comandante de la división, general
Carlos de Gumucio, Röhm era el Jefe de Estado Mayor de dicha unidad militar.
Sin su consentimiento, la división no podría haberse pronunciado, ni mucho
menos movilizado. Sólo con el consentimiento de Röhm pudo haber hecho ambas
cosas, y las hizo. Los hechos de Oruro fueron particularmente sangrientos y la
violencia se contagió al resto del país.
El Gobierno de
Siles cayó y él tuvo que exiliarse. Kundt también, junto con todos los
oficiales alemanes, menos, obviamente, Röhm. El fundador de la SA todavía se
quedó en Bolivia algunos meses. Existe una versión no confirmada de que el jefe
de la insurrección, el general Carlos Blanco Galindo, o alguno de los miembros
de la junta de gobierno que asumió el mando de la nación -posiblemente el
general Filiberto Osorio-, le ofrecieron a Röhm el puesto de Kundt. El hecho es
que la oferta, si existió, no se concretó. Permaneció un tiempo en el mando de
la división en Oruro. Regresó a La Paz, a la casa de Tamayo, con Schätzl. El
ministro Marckwald informaba a Berlín que las autoridades bolivianas deseaban
“intensamente mantener aquí al coronel Röhm”. El ex jefe de la SA puso como
condición que lo nombrasen subjefe del Estado Mayor. Es en este momento cuando
Röhm recibe el telegrama de Hitler, llamándolo urgentemente a sofocar la
rebelión parda. En septiembre telegrafió a un camarada que regresaría en
noviembre, que le avisaran a su madre y a Hitler. Röhm y Schätzl partieron de
Bolivia a mediados de octubre y llegaron a Múnich el 6 de noviembre.
Hitler nombró a
Röhm Stabschef (Jefe de Estado Mayor) de la SA. Röhm eligió como el símbolo de
su rango el emblema del Ejército boliviano en las solapas o el cuello: la
estrella de seis puntas rodeado por una corona de laureles. En las fotos se
distingue al Röhm de antes y después de Bolivia por ese emblema.
En Alemania se
encontró con las recriminaciones de sus camaradas alemanes expulsados de
Bolivia tras la caída de Siles. En su respuesta publicada en el semanario
Illustierte Beobachter escribió que “a mi regreso traje los más gratos
recuerdos acerca de los bolivianos. Siento y sentiré la más íntima unión con
mis camaradas bolivianos, tanto con la tropa como con el Estado Mayor. Ya fuera
tras un escritorio en el Estado Mayor, o bien en maniobras en el campo de
ejercicios con algún regimiento, o en juegos de guerra, en reuniones de
análisis y crítica, siempre encontré buena voluntad y alegría para el trabajo,
tanto entre la tropa como entre la oficialidad. Se siente uno en su patria
cuando se vive y trabaja con esa tropa y ese comando, educados en la escuela y
sistema alemanes. Solamente necesitaba traducir mi pensamiento al español para
que lo demás marche por sí mismo, tal como se enseña en el mejor ejército del
mundo”. Luego saludó a sus amigos, todos miembros de la nueva Junta de
Gobierno: “Antes que a mis amigos y superiores, debo resaltar al señor ministro
de Guerra, coronel José L. Lanza, oficial de gran nobleza, tanto de pensamiento
como de sentimiento. Dignos de no mejor estima y atención son el señor ministro
de Relaciones Exteriores, coronel Filiberto Osorio; el de Hacienda, teniente
coronel Emilio González Quint; el Ayudante General del Ministro de Guerra,
teniente coronel Melitón Brito, todos ellos fieles y apreciados camaradas míos.
Yo deseo para mi segunda patria que en el futuro estos hombres continúen
sirviendo en su conducción, cuando las elecciones de enero le den a Bolivia un
nuevo gobierno”. En otra ocasión admitiría: “Prefiero hacer revoluciones, que
celebrarlas”.
Como el asombroso
organizador que era, ya en Alemania convirtió a la SA en un cuerpo de
(dependiendo de la fuente que se consulte) entre dos y cuatro millones de
miembros, uniformados y con disciplina militar. En comparación, por las
restricciones del Tratado de Versalles, la Reichswehr contaba con apenas 100
mil efectivos. La idea de Röhm era remplazar al Ejército, conservador y
aristócrata, con su milicia popular.
Resurgió la vieja
pugna con Hitler, pero Röhm no colocaría a su SA bajo el mando político del
NSDAP. El tema sólo se resolvería con la muerte de uno de ambos.
Röhm se ocupó de
cultivar sus relaciones bolivianas. Louis P. Lochner, corresponsal de la
Associated Press en Berlín, recuerda “una charla que sostuve en 1930 con Ernst
Röhm, el único hombre de la jerarquía nazi que tuteaba a Hitler. Lo trajo a mi
despacho un diplomático boliviano, Federico Nielsen Reyes, quien entendía que
ya era hora de que un representante de la Associated Press conociera
personalmente a los dirigentes del futuro régimen alemán. Röhm, a su vez, me
presentó a Hitler unos meses después”. En efecto, Röhm visitaba ocasionalmente
la Legación de Bolivia en Berlín y la casa de Nielsen Reyes, con quien hizo
amistad. “Röhm amaba extraordinariamente a Bolivia”, explicó Nielsen Reyes.
“Solía venir alguna vez a mi casa y tocaba en el piano el himno nacional
boliviano, que conocía de memoria. Era un hombre culto, muy inteligente y leal
a Hitler hasta donde yo estaba en posición de saber”, diría el diplomático
boliviano.
Röhm mantuvo sus
lazos con Bolivia a través de la misión en Berlín. En la edición revisada de
sus memorias, publicada en 1933, Röhm anotó que permaneció como oficial en
servicio activo en licencia prolongada del Ejército boliviano en Alemania. Y
mantuvo sus opciones bolivianas abiertas hasta el último momento. En 1931 y
1932 explicó detalladamente a la Legación Boliviana que no podía regresar a
Bolivia. Al parecer hubo un intento de llamarlo, en febrero de 1932, por parte
de su amigo Filiberto Osorio.
En enero de 1932
habría elecciones presidenciales. Hitler le disputaría el puesto al venerado
mariscal Paul von Hindenburg, con pocas probabilidades de éxito. Para colmo,
las cartas íntimas que Röhm le había escrito al psiquiatra Heimsoth desde
Bolivia acerca de su homosexualidad encontraron su camino hasta la prensa
socialdemócrata. La publicación de las “cartas bolivianas” de Röhm causaría un
irreparable estrago en las posibilidades electorales de Hitler y causó un
importante y escandaloso remezón en la política alemana.
En el desgraciado
año de 1932, cuando estalló la Guerra del Chaco, Röhm hizo saber su apoyo
personal a la causa boliviana, a pesar de la neutralidad oficial germana.
Por todo aquello,
Röhm cayó en profunda desgracia, pero en un año había remontado, con habilidad,
la tormenta. Para cuando los nazis tomaron el poder -elecciones mediante- en
enero de 1933, Röhm fue ministro sin cartera y sin duda alguna el
nacionalsocialista más poderoso -incluido Hitler, pues contaba con un verdadero
ejército a sus órdenes-.
Hitler insistió
sin éxito en su pedido de subordinación. Röhm no sólo se negó, sino que alzó la
apuesta: la SA debía convertirse en la base del Ejército. Pero no quería
imponerse. Le dijo a Hitler que si no aceptaba su propuesta, él se apartaría
con mucho gusto otra vez, para regresar a “la hermosa Bolivia”.
El impasse
personal se convertiría en cuestión de Estado. El ejército alemán, todavía
constreñido por las cadenas de Versalles, veía en Röhm y su SA una amenaza. Los
demás jerarcas nazis -Hermann Göring, Heinrich Himmler, Joseph Göbbels-
también.
De modo que entre
todos le armaron un corralito al rollizo jefe de los camisas pardas. Si bien en
retrospectiva su lealtad al Führer no puede ser puesta en duda, el propio Röhm
contribuyó al clima de paranoia conspiracionista al publicar, en diciembre de
1933 y en junio de 1934, dos proclamas en las que destacaba el rol
revolucionario de la SA como el remplazo del Ejército, para lo que reclamaba
una “segunda revolución”.
La fecha señalada
fue el 30 de junio de 1934, la tristemente célebre “noche de los cuchillos
largos”. La ocasión fue bien aprovechada por los buitres. Todos los
mencionados, y otros, encontraron la oportunidad para deshacerse de sus rivales
políticos. Los generales Göring, Himmler y Göbbels alimentaron el clima de
paranoia de que era presa Hitler y le hicieron creer que el levantamiento de la
SA era inminente. Desapareció y fue remplazada toda la plana mayor de la SA. Se
calcula conservadoramente que murieron ejecutadas más de 200 personas. Röhm fue
ejecutado en la cárcel muniquesa de Stadelheim dos días después. La SA pasó a
ser un cuerpo simbólico. La siniestra SS se abrió paso hacia la historia de la
maldad.
Sólo después de
Röhm, Hitler se constituyó en el líder indiscutible y totalitario de Alemania,
y en el juez supremo de vidas y haciendas, hasta el trágico final del III Reich
en 1945.
¿Cuán diferente
hubiese sido la historia del III Reich -y del mundo- con un Röhm al que se
hubiese permitido vivir? ¿Cuán diferente hubiese sido una historia de Bolivia
si Röhm se quedaba o regresaba? ¿Cómo hubiese transcurrido la Guerra del Chaco
con un Röhm en lugar de un Kundt?
Robert Brockmann
S. es autor de El general y sus presidentes – Vida y tiempos de Hans Kundt,
Ernst Röhm y siete presidentes de Bolivia, 1911-1939.
Hitler utilizó su tiempo tras rejas para escribir Mi
lucha. Röhm, para reorganizar el partido y la SA bajo diferentes nombres.
Hitler concluyó que no tomaría el poder por la fuerza…
Hitler insistió sin éxito en su pedido de
subordinación. Röhm no sólo se negó, sino que alzó la apuesta: la SA debía
convertirse en la base del Ejército. Pero no quería imponerse.
Por: Robert Brockmann / Publicado en el periódico Página Siete
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