Por: Marcelo Arduz /
Este articulo apareció publicado en el periódico El Diario el 17 de Febrero de 2015
La voz Diablada deriva del latín Diabo-lus = demonio:
danza popular con disfraces de diablos muy difundida en el ámbito andino, en
cuyo desenlace el comandante de los ejércitos celestiales, San Miguel arcángel,
conduce las tropas infernales a postrarse reverentes ante los pies de la
Candelaria del Socavón. La pieza tiene su origen, no como se cree en el ámbito
colorido del carnaval de Oruro, sino a orillas de las apacibles aguas del
Titicaca, en la ciudadela mística de Copa-cabana.
Con clara reminiscencia de la lucha del bien y el mal en
inicios de los tiempos, constituye una metáfora de la epopeya espiritual
operada a inicios del siglo XVII en Copacabana -antaño conocida como “asiento
del demonio” por tratarse del principal centro adoratorio o ceremonial de la
idolatría en tiempos precolombinos- que es expulsado con todo su séquito
infernal al instaurarse el cristianismo en el Lago Sagrado de los incas.
El antecedente más antiguo de la coreo-grafía se halla en el
drama sacro del siglo XVI, posiblemente del mismo nombre, y variantes como el
“Usca Paucar, auto sa-cramental del patrocinio de N. S. de Copa-cabana” (cuyo
original se halla en la Biblio-teca de Lima) y otras similares, ocupán- dose
del tema como catequesis para ganar la adhesión de los pobladores indígenas a
la nueva fe, tal como lo muestran sendas obras de Calderón de la Barca y el
Fénix de los Ingenios Lope de Vega, en plena Época de Oro de la literatura
española.
El primero de ellos, en su obra “La auro-ra de Copacabana”
considera al Santuario del Titicaca la capital espiritual del Nuevo Mundo,
comparándola con la Ciudad Eter-na: “Pues como Roma siendo/ donde más vana
tenía/ la gentilidad su trono,/ fue donde puso su silla/ triunfante la Iglesia;
así/ donde más la idolatría/ reinaba, puso la fe...”
Por referencias de Ramos Gavilán, se sabe que la primera
“entrada” folclórica en
América, se realizó durante la entroniza-ción de la Virgen de
Copacabana, cuando a la voz de la fiesta distintas comunidades circunvecinas
desfilaron delante de la pro-cesión, siendo la primera vez que las danzas
nativas se ejecutaban “en conjun-to”, pues cual signo de identidad antes eran
intransferibles e incompatibles con las de otras comunidades, barrera ésta que
únicamente el impulso devocional lo-graría vencer.
Según Garcilaso, en tiempos prehispáni-cos la danza era una
costumbre muy arrai-gada entre las poblaciones nativas, citan-do entre otros
ejemplos la danza “los Incas”, en la cual participaban entre 200 o 300 hombres
con ritmos pausados, graves y solemnes, que iban ganando tierra hasta llegar
cerca donde estaba el Inca, diciendo al compás del baile cantares compuestos en
loor del Inca presente y sus antepasa-dos...
Como resultado del choque entre cultu-ras, luego surgen
expresiones de mestiza-je que perduran hasta hoy, en modalidades nuevas que
incorporan máscaras y disfraz para satirizar en ve-lada protesta al
conquista-dor. Entre ellas, la Diablada ridiculiza a las tropas napo-leónicas
invasoras del rei-no de España, interpretan-do en ágiles ritmos su himno que hoy
caracteriza a esa danza, el consabido “tan-taran-tan-tan, etc”.
Pero antes de ingresar a la temática del Carnaval, es
conveniente destacar la popularidad que gozaban las fiestas de la Candelaria en
la Villa Imperial como centro de riqueza de todo el Virreinato, donde los
mentados festejos a la Pa-trona de la minería se pro-logaban durante todo un
mes, concluyendo con el esperado desfile folclórico; pero en 1670 la Corona las
suspendió definitivamente por atentar contra el trabajo de la Mita en los
socavones del Cerro Rico.
Al coincidir la suspensión de la fiesta, con la aparición de
los ricos yacimientos en Uro-Uro (hoy Oruro) que comenzaban a opacar a los de
la Villa de Carlos V con costos más bajos en la producción, los prósperos
empresarios orureños apadrina-ron la celebración extinta en Potosí,
exten-diendo la fiesta desde el 2 de febrero hasta el sábado de Carnaval,
cuando se realiza-ba la tan esperada entrada prolongada en su festejo por los
feriados.
En la grandiosidad del Carnaval de Oru-ro, es donde entre las
premuras del desfile folclórico el drama sacro deriva en los rit-mos ágiles y
enérgicos que hoy identifican a la Diablada, habiendo perdido su significado
evangelizador para ingresar de lleno en el ámbito del folclore, convertida en
atracción central de la “obra maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la
Hu-manidad”.
Entre variantes que en la actualidad se observan, se puede
mencionar que el número de diablos y ángeles antaño era el mismo; de las
legiones celestiales hoy sólo interviene el arcángel San Miguel como figura
central; en el caso de los animales que sobreviven -Ukumari, oso polar, cón-dor
o monos- antaño representaban a los siete pecados capitales; del antiguo relato
hoy solo se conservan breves fragmentos que se recitan antes de emprender la
danza, etc.
Como dijimos, con aportes de conjuntos de música y baile del
Carnaval de Oruro la
festividad del 2 de febrero descolla en Puno, prolongada en
“la Octava” y una semana extra más de festejos. En 1967, observando la
participación de esos asi-duos grupos desde dos décadas antes, el peruanísimo
José María Arguedas presa-gia: “este desfile en los Campos Elíseos de París o
en la 5ta. Avenida de Nueva York, causaría deslumbramiento y despertaría en los
espectadores inquietudes jamás suscitadas antes en el corazón”…
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