LA LEYENDA
DEL BIBOSI EN MOTACÚ
Dibujo: Orlando Iraipi Bejarano; 2003.
Este artículo originalmente fue
publicado en: www.soysantacruz.com.bo
Uno de los más curiosos y pintorescos
casos de simbiosis vegetal que se presentan en nuestra tierra es la del árbol
llamado bibosi y la palmera motacú. Tan estrechamente se enredan uno con otro y
de tal modo viven unidos, que entre las gentes simples y de sencillo pensar se
da como ejemplo vivo de enlace pasional. Una vieja copla del acervo popular lo
expresa galanamente.
El amor que me taladra
necesita jetapú;
viviremos, si te cuadra,
cual bibosi en motacú.
Quienes saben más acerca de ello señalan de que la
palmera es el sustento y la base de la unión, pese a su condición femenina, y
el árbol es el que se arrima a ella en procura del mantenimiento y firmeza, no
obstante su ser masculino. En siendo verídica la especie, y la observación del
conjunto da a pensar que lo es, habría en ello material suficiente para
especulaciones de orden social y hasta moral si se quiere.
Dando al sugestivo asunto otro cariz y tratando de
explicarlo por el lado de lo poético-afectivo, el poeta don Plácido Molina
Mostajo cantó:
El membrudo bibosi que a la palma
por entero rodea
con tal solicitud, que al fin la ahoga:
Celoso enamorado prefiriera
antes que en otros brazos a su amada,
entre los propios contemplarla muerta.
Es, precisamente, lo que dice la leyenda sobre la
peregrina unión del árbol corpulento y la grácil palmera.
Dizque por los tiempos de Maricastaña y del
tatarabuelo Juan Fuerte, vivía en cierto paraje de la campiña un jayán de recia
complexión y donosa estampa. Amaba el tal con la impetuosidad y la vehemencia
de los veinte años a una mocita de su mismo pago, con quien había entrado en
relaciones a partir de un jovial y placentero "acabo de molienda".
La mocita era delgaducha y de poca alzada, pero
bonita, eso sí, y con más dulzura que un jarro de miel.
No tenía el galán permiso de los padres de ella
para hacer las visitas de "cortejo" formal, por no conceptuarle digno
de la aceptación. Pero los enamorados se veían fuera de casa, en cualquier vera
de senderos o bajo el cobijo de las arboledas.
Entre tanto los celosos padres habían elegido por
su cuenta, como futuro yerno, a otro varón que reunía para serlo las
condiciones necesarias. Un buen día de esos notificaron a la hija con la
decisión inquebrantable y la inesperada novedad de que al día siguiente habrían
de marchar al pueblo vecino para los efectos de la boda.
La última cita con el galán vino esa misma noche.
No había otra alternativa que darse el adiós para siempre. El tomó a ella en
los brazos y apretó y apretó cuanto daban sus vigorosas fuerzas... "Antes
que ver en otros brazos a la amada, entre los suyos contemplarla muerta".
Referían en el campo los ancianos, y singularmente
las ancianas, que el primer bibosi en motacú apareció en el sitio mismo de la
última cita de aquellos enamorados.
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