Por: Germán
Mazuelo-Leytón - Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total / La Patria de
Oruro, 10 de octubre de 2010.
En medio de las
tinieblas brilló un rayo de esperanza.
"Sin duda, Nuestra Señora del Socavón es la más bella" de las
pinturas de la Virgen de la Candelaria que se hicieron en su tiempo en el
Altiplano boliviano, imagen "con la que los primeros evangelizadores
anunciaron a Cristo en estas tierras", y, "con el fin de reemplazar
los numerosos cultos andinos arraigados en la zona".
Venerada imagen que fue colocada ahí, y sostenida, por la fe del pueblo
creyente -no sólo por los misioneros-, también por aquellos que trajeron la fe
de sus mayores, los que trabajaban las minas obscuras, con tenebrosos
socavones, moradas de fuerzas demoniacas, y que, como nadie necesitan de la
luz,... por eso quién si no la Candelaria y no otra podría ser la Patrona de
los mineros, la que porta la Luz. Una necesidad vital y de supervivencia mueve
a cubrir una búsqueda existencial, trascendental y de sentido.
Si el Evangelio, encarnado en nuestros pueblos, nos reúne en una propia
originalidad histórico cultural llamada América Latina, "esa identidad se
simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María" del Socavón.
¿Quién no ve aquí a María como imagen de la Iglesia?
El cuadro nos hace testigos oculares de que María empieza en la Presentación
del Niño lo que la Iglesia hará continuamente hasta el final de los tiempos:
ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo como un sacrificio agradable al Padre.
Mira María con ojos de dulzura y humildad. "Porque ha mirado la
humillación de su esclava, todas las naciones me llamarán bienaventurada"
(Lc 1, 48).
LA MADRE Y EL HIJO
La misión de María es la maternidad, su oficio es salvar, estaba destinada a
ser primero Madre de Cristo, y, como parte del plan de Dios, Ella da a luz
también a todos los redimidos. La Virgen nos muestra, o mejor dicho, nos da a
Jesús.
La misión de María es que Cristo sea conocido, amado y servido, Él debe ser el
fin último de todas nuestras devociones. La Luz está en medio de los hombres,
ofreciéndosenos a cuantos quieran recibirla y optar por ella.
La presentación en el Templo, a la vez que expresa la dicha en la consagración
y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será
"señal de contradicción" para Israel y de que una espada traspasará
el alma de la Madre.
Asociada íntimamente al misterio de la cruz de su Hijo, la Madre de Jesús estará
al pie de la cruz, momento supremo de la lucha, (Juan 19, 25), testimonio
viviente de su fe, para aceptar la proclamación de su mediación materna y
universal, y acompañar a la Iglesia naciente en sus primeros pasos al lado de
la humanidad (Hechos 1, 1). María está asociada a Cristo en la cruz y en la
gloria. Su fidelidad a toda prueba es modelo para el discípulo de Jesús, que
marcha y debe continuar en seguimiento del Señor sin desfallecer.
Es la "Virgen oferente", que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo
al Señor, con una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario
del rito… ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa,
agradable a Dios" (cfr. Marialis cultus, 20).
EL NIÑO
El Niño Dios, está sostenido por su Madre, y Él, a su vez sostiene el globo
terráqueo, en actitud de bendecir.
Jesús, hijo de María, es la "dulzura y la belleza en persona". Cierta
semejanza lo une a su Madre. La belleza de María atrae a Dios; y la belleza de
Dios atrae al hombre. Hay una doble atracción, de Dios hacia el hombre y del
hombre hacia Dios. La manifestación de la belleza de Dios es el rostro del Niño
Jesús.
Cristo se convierte en rey del hombre sirviendo al hombre hasta derramar por él
su propia sangre.
LA LUZ DE LA CANDELA
Sostiene María Santísima, una candela encendida, como queriendo ahuyentar toda
oscuridad y sombra de muerte, toda idolatría. Quiere librarnos de la
"tiniebla" de las angustias, calamidades, dolores -no excluido el
pecado, la muerte, el infierno- a los que el hombre se ha expuesto y que ahora
padece.
En efecto, es Madre de la Luz: Cristo el Señor, "Yo soy la Luz del mundo,
el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida" (Jn
8, 12), y, como repitiendo la proclamación del anciano Simeón: Él es la
"Luz para iluminar a todos los pueblos".
Ella nos da y nos lleva a Jesús. ¿A quién debe el hombre esa actitud de
adoración? Ciertamente no a los ídolos, María quiere que todo el mundo (que el
Niño sostiene en su mano) lo reconozca como al único y verdadero Dios. Cuando
el hombre no adora a Dios, lo reemplaza por ídolos a los que no deja de ofrecer
el incienso de su secreta adoración.
Adorar a Dios, significa comprometerse a hacer desaparecer, según las propias
posibilidades, las idolatrías e ideologías que se transforman en medios de
opresión contra los hijos de Dios, cuando el hombre absolutiza y diviniza las
obras de sus manos: el dios dinero, el dios poder, el dios sexo, el dios
técnica...
ES LA MUJER VESTIDA DE SOL (Ap 12, 1. 4-5
La imagen de Nuestra Señora del Socavón de la Candelaria, es toda una
catequesis, en ella encontramos sensibilizados, numerosos signos y expresiones
de la tradición secular y religiosa.
Realidades creadas, como el sol, la luna, el cielo y las estrellas, símbolo de
las deidades precolombinas, están ahora al servicio de la Madre del Redentor.
Es la "Mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de
doce estrellas sobre su cabeza", a la cual el Demonio intenta arrebatarle
el "hijo" que ella está para "dar a luz" y que debe
"apacentar a todas las naciones con vara de hierro".
Como en el Apocalipsis, como en Guadalupe, María del Socavón aparece vestida de
sol, con una luna creciente bajo sus pies y su manto azul salpicado de
estrellas.
La Virgen está rodeada por una tenue luminosidad. El sol que la viste, es la
Santísima Trinidad. María aparece bañada con su luz deslumbrante, porque es la
Hija del Padre, quien hizo que fuera concebida inmaculada, la Esposa del
Espíritu Santo, y Madre de Jesús, el Hijo de Dios. Así resplandece
"hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como ejército en
formación" (Cant 6, 10).
Está vestida de rojo que simboliza el fuego, la sangre y la realeza.
LA CORONAN LOS ÁNGELES
María, es la Mujer con la cual se abre la promesa en la Antigua Alianza (cf. Gn
3, 15) y con la cual cierra Simeón la antigua profecía (cf. Lc 2, 2535).
Como la Mujer del Apocalipsis, María del Socavón, lleva una corona, signo de su
realeza, porque Ella es la Reina-Madre, su Hijo es el Rey de reyes (cf. IReyes
2, 19-20). Ninguna criatura quiere quedar fuera de su reinado, hasta los
ángeles, que no son humanos, la tienen no como Madre, sino como Reina porque el
privilegio de tenerla como Madre sólo nos ha sido dado a los humanos.
"El que se humille será ensalzado" dice Jesús y María se humilló
hasta hacerse "esclava del Señor" (Lc 1, 38), y Jesús la ensalza a lo
opuesto que es Reina.
María, ya para siempre en el reino de Dios ha conseguido la "corona de
gloria" (1Pe 5, 4), la "corona incorruptible" (1Cor 9, 25) la
"corona de la vida" (Sant 1, 12; Ap 2, 10).
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