CAPORALES LA HISTORIA DE UNA
DANZA
La Razón de la Paz / www.bolivia.com
/ 30 de noviembre de 2005
El 4 de diciembre se intentará reunir a más de 5.000 danzantes para
incluir el baile en el Guinness de los Récords. La familia Estrada Pacheco da
paso hoy al recuerdo.
Un toque de twist
norteamericano, una pizca de la tuntuna yungueña, otro tanto del k'usillo
andino y listo. Una de las danzas folklóricas más representativas del país, los
caporales, nació así hace más de 30 años de la inquieta imaginación de los
miembros de la familia Estrada Pacheco.
Fue simple,
"nada de complicados estudios antropológicos ni profundas investigaciones
históricas", confiesa con un dejo de ironía Víctor Estrada Pacheco, quien
atesora aquellos inicios en un archivo de fotografías en blanco y negro que
cuelgan en las cuatro paredes de su sala. Junto a esas imágenes, un clavo
resguarda el traje original de caporal con el que hace tres décadas Estrada
encandiló, junto a los integrantes de la Fraternidad Urus, a los espectadores
de la entrada del Gran Poder.
Esa vestimenta
lleva tres años acumulando polvo en sus pliegues, pero no porque el tiempo haya
dominado las dotes de bailarín de Estrada. Víctima de una insuficiencia renal,
los cadenciosos pasos del danzarín de 57 años están ocupados ahora recorriendo
los pasillos del Hospital General, con el único objetivo de mantenerse con vida.
Propuesta "made in" Chijini
"El folklore
es para indios". Esa idea predominaba en gran parte de la sociedad
boliviana a comienzos de los años 60. Entonces, las expresiones folklóricas se
manifestaban casi clandestinamente en las calles de las laderas de la urbe
paceña.
Es precisamente en
esos años que Víctor caminaba por las arterias de Chijini con parlantes y una
surtida colección de discos de moda para amenizar fiestas juveniles.
Claro, su pasión
por las expresiones folklóricas —infundida por sus padres, reconocidos
promotores del Gran Poder— provocaba que de rato en rato el adolescente
incluyera en el repertorio musical alguna que otra ilustre morenada.
"No gustaba...,
la gente comenzaba a silbar al escuchar los primeros acordes", recuerda
sonriente.
Pero más que la
música, la obsesión de Víctor, sus hermanos y un grupo de amigos del barrio
Chijini eran las danzas folklóricas, en especial las autóctonas, que por esos
años eran muy poco conocidas.
Con el
característico ímpetu juvenil, los jóvenes formaron un cuerpo
de baile que se presentaba en peñas y teatros con las danzas del k'usillo,
kullawada y kallawaya.
Pero no fue hasta
la presentación de los negros de Tocaña —a fines de los 60, en La Paz— que la
familia Estrada Pacheco decidió arriesgarse e inventar una nueva danza,
inspirada en la vestimenta y la música de los afrobolivianos.
Reconocido
empresario de espectáculos fue Alberto Pacheco el primero en ser seducido ante
los cadenciosos ritmos y danzas de los descendientes de África. Decidido,
Pacheco gestionó la actuación de los yungueños en La Paz.
"Los
comunarios le dijeron que debía pedir el consentimiento del capo, el caporal;
un viejo negro de buzo, blusa y sombrero de ala ancha". Además,
"tenía un machete y dos cascabeles en las botas con los que anunciaba su
presencia", dice Víctor Estrada, sobrino de Pacheco.
"'¿Cuánto nos
va a cobrar?', le interrogamos al caporal, y él nos dijo que no quería dinero,
sino latas de sardina Lombarda. Y se las dimos".
Así, en 1969 la
ciudad de La Paz presenció por primera vez las expresiones de los
afrobolivianos. Y los más de 35 comunarios de Tocaña causaron una gran
sensación.
"Días más
tarde de esa actuación, nos reunimos para dar vida a una nueva danza que fuera
tan alegre y espectacular como la de los negritos", explica Vicente
Estrada, hermano menor de Víctor.
Ese día se elaboró
el diseño de los trajes, confeccionados luego de forma artesanal por Víctor
Estrada. Su hermano, Vicente, tomó la batuta del grupo y se encargó de recoger
las ideas de sus miembros.
La indumentaria era
sencilla. Elaborado con tela charmé, el traje consistía de un buzo blanco y una
blusa roja de manga ancha, ambos adornados con escasas lentejuelas. Además, los
diseños incluían una faja negra, un sombrero de paja de ala ancha y botas
negras con dos cascabeles. La pieza final era un látigo, en vez del machete
original.
La secuencia de la
danza del caporal fue aún más difícil de idear. Pasos saltados con pies en la
rodilla, piruetas, volapiés, cruces de pies... Al final, "creamos seis
figuras en la casa de mi padre, debajo del puente Abaroa", explica Vicente.
Hoy, como en toda
historia de este tipo, los hermanos Estrada Pacheco muestran sus diferencias a
la hora de recrear aquellos días. Así, la creación de la música, por ejemplo,
divide sus muchos recuerdos.
Víctor afirma
que fueron los integrantes de Los Payas los primeros en componer los ritmos del
caporal con los sonidos de la tuntuna, ritmos que luego fueron copiados por una
banda. Por su parte, Vicente aclara que la música fue compuesta originalmente
por una pequeña banda sin mucha experiencia, llamada Las Sombras Fantasmas, del
pueblo de Tiwanaku. Según el folklorista, los músicos construyeron el pegajoso
ritmo caporal imitando con sus instrumentos los tarareos y los silbidos de los
jóvenes bailarines.
Lo cierto es que
luego de largas y extenuantes jornadas de prácticas, y algunas esporádicas
presentaciones, los hermanos Estrada Pacheco, junto a más de 100 bailarines,
conformaron la fraternidad Urus y tomaron la decisión de llevar su danza al
evento folklórico más importante de La Paz: la fastuosa entrada del Señor del
Gran Poder.
El inicio de la leyenda
"Así se baila,
así se canta la danza del caporal. Somos los Urus, somos los Urus muchachos de
corazón". Con esa lírica, creada por Santos Pacheco, la Fraternidad Urus
ingresó en 1972, con su innovadora creación, en el Gran Poder.
"Fue toda una
sensación, algunos nos veían con la boca abierta, sorprendidos. La gente se
levantaba de sus asientos y trataba de imitar los pasos", rememora René
Quisbert, entonces de 17 años. Ese año, el grupo de jóvenes obtuvo el primer
premio, el Carmen Rosita. Y el éxito se repitió durante los siguientes años.
"La gente nos
esperaba por toda la avenida Buenos Aires y cantaba con nosotros nuestras
letras. Muchos jóvenes venían y nos rogaban para ingresar a la fraternidad,
pero ya no se podía recibir tanta gente", resume Eddy Pacheco, quien no
dudó en renunciar a su trabajo sólo por marcharse de gira con los Urus.
La recién nacida
danza del caporal repercutió en el exterior y la Fraternidad Urus recibió su
primera invitación para salir del país. Fue en 1975, para celebrar el
aniversario de la ciudad peruana de Cusco.
Fue precisamente en
ese viaje donde la fama de Wálter Tataque Quisbert, entonces de 17 años,
comenzó a ser labrada. "La primera vez que entró a la sala de ensayos las
chicas gritaron de susto", recuerda Vicente Estrada, quien confiesa que
fue una tarea titánica "doblegar los pies de plomo del gigante".
Pero Quisbert no
desmayó y las anécdotas comenzaron a acumularse. Años después,
luego de
culminar el recorrido del Gran Poder, civiles armados esperaron al boxeador de
más de dos metros de altura.
"Asustado estaba el Tataque y comenzó a llorar pensando que lo iban a
matar. Yo exigí acompañarlo en la furgoneta que nos llevó con nuestros trajes
al Palacio de Gobierno". Allí, "el presidente Hugo Banzer, que lo
había visto desde el palco de honor de la entrada, pidió que el 'Tataque'
pasara a ser su guardaespaldas", narra Estrada.
Más que una simple moda
A partir de 1977, la fiesta del Gran Poder contó con la inclusión de nuevos
grupos de caporales, conformados por los antiguos integrantes de la Fraternidad
Urus. Nacieron así los grupos de los hermanos Escalier, Chuquiago Producción y
Bolivia Joven 77, entre otros. Desde entonces se incluyeron guarachas en las
mangas de las blusas, los pasos se fueron incrementando y la indumentaria
comenzó a ser estilizada cada año.
El salto definitivo de la danza de los caporales, además de la presentación del
baile en el carnaval de Oruro, fue en los años 80 durante la entrada
universitaria. Entonces, un grupo de jóvenes de la Universidad Católica
Boliviana se propuso investigar y bailar la danza.
"El resto es historia", concluye Víctor Estrada, quien debido a su
grave enfermedad sólo puede observar desde las graderías a la nueva generación
de Urus, pues dos veces por semana el mayor de los hermanos Estrada se somete a
hemodiálisis en el Hospital General.
El folklorista, que el 2001 recibió un diploma del municipio de La Paz "por
su aporte a la cultura paceña con la creación de la danza de los
caporales", no cuenta con apoyo estatal ni un seguro médico.
"Gastamos alrededor de 350 bolivianos en cada sesión, lo que incluye el
material para realizarlo", sostiene Carmen, la esposa de Estrada, y en su
rostro se dibuja la desesperanza al corroborar que los gastos obligaron a la
pareja a poner su casa de toda la vida en venta.
Hoy, varias iniciativas se anuncian para apoyar a Víctor Estrada, pero para el
artista la mejor contribución es que las actuales fraternidades de caporales en
el país no olviden el origen de la danza.
Ese es igual el objetivo de la Organización Boliviana de Defensa del Folklore,
que está organizando para el 4 de diciembre el encuentro de 5.000 caporales
para incluir la danza en el Guinness de los Récords.
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