Por: Juan Manuel Fajardo /Publicado en el periódico La Patria de Oruro el 17 de Octubre de 2010.
Pasan alrededor de su
cuello un alambre. Le han colocado de espaldas a una columna, y por detrás de
su cabeza comienzan a ahorcarle. El hombre, un joven hombre, se retuerce, le
falta el aire, siente que se le sube el estómago a la garganta y no puede
respirar, patalea, alguien trata de sujetarle, otro comienza a golpearle con un
fierro, en sus rodillas, en su pecho, en el estómago. Finalmente se le ha ido
la vida, entre las piernas le chorrea un líquido amarillento con fuerte olor a
descompuesto. Antiquísimos instintos en sus ejecutores, verdugos de los años
setenta, la Edad Media del siglo XX, agentes que andaban como perros sin dueño,
sin empleo fijo desde la última dictadura, formados en la escuela del asesinato
político, han sido despertados y actuado. Ha caído la noche.
Una caravana de hombres y mujeres con aguayos atados a la espalda caminan,
entre ellos ancianos y niños. En una pequeña plaza se reúnen, algunos se
sientan en los bancos, otros en el suelo. Ojos almendrados, caras cetrinas,
adoloridos, cansados, agotados, están asustados; de improvisto un tropel de
jóvenes con el pelo corto y sus nucas rasuradas se lanzan sobre ellos y los
apalean. Las hebillas de cinturones relampaguean y castigan sin piedad, los
bates de fierro caen, saltan los sesos de la cabeza de un viejo destrozada, los
agresores con los dedos, y entre risas se pintan con su sangre la cara, se
"satinan". El cuadro cambia, se van vociferando, gritando insultos.
Tengo hambre, estoy fatigado, he caminado las calles de la ciudad, las que me
parecen más amplias que de costumbre. Miro al cielo y veo las estrellas en un
planetario, todas ordenadas y en el mismo lugar, como todas las noches. Me
encuentro en un colapso de aturdimiento y de insensibilidad, me duele mucho el
cuello, parece hinchado, no puedo cerrar los ojos, ni siquiera parpadear. Entro
a un templo, las campanas tañen a muerte, siento temor, no sé a qué. Por mi
mente pasa como destellos mi casa, mis padres, mis hermanos, mi madre
principalmente mi madre, envuelta en una nube luminosa. El cura dice misa,
repite mi nombre; con voz clara y monótona comienza a rezar, ¡y descendió a los
infiernos!, ¡al tercer día resucitó de entre los muertos!, ¡subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios padre…!.
Toda la tarde ha durado el combate, la pelea; unos corren, otros se quedan, van
y vienen los grupos gritando. Como a las seis, sale de una casa un grupo de
personas, uno de ellos no puede tenerse en pié, está lastimado, dos individuos
con chalecos de la Cruz Negra se acercan y ofrecen llevar al herido a una
clínica próxima; sin otra alternativa y ante la necesidad de un pronto auxilio
asienten; para el herido son desconocidos los que le entregan y los que se lo
llevan; trata de resistirse, de detenerse, de no ir, pero le empujan
violentamente, le obligan a caminar.
Unos niños "polillas", ocultos detrás de un seto observan con
curiosidad todos los movimientos, comentan: ¡Será un borracho he pensado!,
¡cuándo le vi de cerca, era un chango!, ¡estaba morado, del mismo color que su
lengua que le salía entre sus dientes. Parecía que estaba mascando chicle! ¿Y
tú que hicisteis?, ¡por lo menos le "timbreado", sacado sus tenis!,
¡no hermanito me pareció que todavía temblaba!, ¡a ése joven, dos hombres le
han sacado de una casa y le han dejado junto al árbol, después me he acercado,
bien muerto siempre estaba! ¿Se acuerdan, la vez que nos sacaron debajo el
puente?, en una camioneta nos han llevado a la laguna y al garrotearnos nos
decían, ¡ahora se mueren carajos, a correr, vayan aprendiendo a morir!,
¡necesitamos un víctima para aprobar el examen, los otros ya tienen tres,
debemos justificar de nuestra parte!, entonces, ¿recuerdan como nos corretearon
por toda la orilla?, al "Roque" le dieron duro hasta matarlo, no pudo
llegar a la avenida, ahí se ha muerto, lo hemos enterrado con parte médico de
"sobredosis de clefa", ¡yá, como si nosotros no supiéramos cuando
"la melosa" nos va a dormir un rato o para siempre!; ¡esos dos
hombres eran los mismos!. Unos niños polillas miran detrás de un seto,
comentan, esperan, observan con curiosidad todos los movimientos. Mucha gente
se encuentra reunida alrededor de un cadáver que yace al pié de un árbol.
Levanto la vista, los veo aproximarse, son ellos, mis victimarios, cada uno por
separado, cada uno con su "manga". El cura repite una y otra vez,
"in nominus Christi", se acercan a la gente con cara de redimidos
centuriones, con gestos que inquiren, como en los interrogatorios, ¡Cuánto vas
a dar!, ¡cuándo vas a hablar!; están pidiendo limosna, óbolos para el templo, y
pasan por mi lado sin verme, los criminales. Escucho al cura decir:
"Cuándo pienso en aquel día, las escenas de las escaramuzas libradas tanto
en el puente, en las calles y plazas, me aproximan al escenario de un drama
aún, sin final digno. La prensa ha callado luego de un tiempo el asesinato de
un joven cuya vida, habría continuado mansamente, si un trágico destino no se
hubiera introducido en ella, y lo hubiera despertado aquel día para hacerle
mirar alrededor de sí mismo y comprender el mundo después de muerto…". ¡Y
descendió a los infiernos!, ¡al tercer día resucitó de entre los muertos!,
¡subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios padre…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario