Foto: En Tiahuanacu a sus 33 años en 1960, aproximadamente. // Por: Carlos Condarco Santillán - Antropólogo y
escritor / La Patria, 3 de octubre de 2010.
Ha transcurrido un año y dos meses, desde el día del
óbito del ilustre intelectual Doctor Don Ramiro Condarco Morales, personalidad
verdaderamente prócer de la cultura continental. A medida que el tiempo pasa,
sus perfiles se destacan con mayor nitidez. Su pensamiento se analiza, se
estudia; se reflexiona sobre él; y, en buenas cuentas, se comprende el genuino
valor del legado que se le debe agradecer. Rico tesoro que nos dejara el
polígrafo y humanista.
La multitud de disciplinas ejercitadas por una personalidad intelectual y su
producción varia sobre ellas, nos permite apreciar al polígrafo. En cambio, el
humanista, no solamente deberá ser juzgado como tal por la amplitud y
diversidad de su saber; sino, también, y esto, acaso, sea más importante que lo
anterior, por una determinada actitud ante la realidad y ante la vida. La vida
en general y la suya en particular; por lo que procurará que ésta se constituya
en un paradigma, en un bien logrado "proyecto de vida".
La obra de Ramiro Condarco, en disciplinas como la Historia, la Antropología,
la Antropogeografía, la Sociología, la Arqueología, la Biografía y otras;
meritoria y numerosa, ha hecho que, en muchos casos, no se considerase su obra
poética. Como homenaje a la memoria del insigne escritor, comentaremos algunas
de sus composiciones líricas juveniles.
Tenemos conocimiento de que Ramiro Condarco Morales fue un aeda precoz. Sus
primeras composiciones las escribió cuando tenía apenas trece años. Los
resultados ulteriores, permiten suponer que, apenas salido de la infancia, y durante
su temprana adolescencia, fue un ávido lector. Mientras buscaba, al mismo
tiempo, el dominio de la lengua, con el propósito de forjar el instrumento de
toda creación poética: el estilo.
El año 1946 --en el que se recibió como Bachiller en Humanidades del Colegio
Nacional "Simón Bolívar"--, fue poeta laureado en los Juegos Florares
convocados por el Oruro Royal Football Club, con el poema Canto al Oruro Royal,
donde muestra un apreciable dominio del endecasílabo, que constituirá el metro
preferido a lo largo de toda su producción poética.
La bien provista y selecta biblioteca familiar, permitió a Condarco leer a los
grandes clásicos del Siglo de Oro Español, sin dejar de conocer a los
románticos. Sin duda, su adolescencia culta y sensitiva, experimentó la
seducción del verso eufónico y cincelado de los Modernistas, agrupados en torno
a la mayestática figura del gran Rubén Darío, el canoro bulbul de Nicaragua.
Entre la luminosa y fulminante pléyade modernista, que había alquitarado la
quintaesencia de parnasianos y simbolistas, nos parece que los modelos mayores
de nuestro poeta pueden ser encontrados en Franz Tamayo y Julio Herrera y
Reissig.
En Ramiro Condarco Morales, habitó, indeclinablemente, un hombre de acción. Las
circunstancias de la existencia, quizá, impidieron que se entregase a una vida
de aventuras y riesgos. Se entusiasmaba y sus ojos fulguraban inquietos, cuando
en la conversación se tocaban asuntos de expediciones y travesías. Recordaba
una que realizó, muy joven, con los recursos pecuniarios que le proporcionó el
premio poético ya mencionado, a la provincia de Ayopaya. Rememoraba con gran
detalle otras travesías que hiciera en la provincia Loayza. En su niñez, pasó
largas temporadas en haciendas familiares del altiplano de Oruro y las provincias
ya señaladas.
Lo anteriormente referido, pudiera parecer impertinente en el trabajo que se
propone, muy modestamente, por cierto, comentar brevemente unos pocos poemas
del joven poeta, pero no es así. Ramiro Condarco, espíritu impresionable e inteligencia
perspicua, fue lo que llamaríamos un "lector del paisaje", un
intérprete del entorno natural que conoció desde niño. La proyección de esta
singular experiencia, se manifiesta en su lírica temprana y, también, lo que no
debe asombrarnos, en su obra antropogeográfica El Escenario Andino y el Hombre
(1971).
Nosotros nos ocuparemos, de manera más descriptiva que crítica, de la obra
primicial de Ramiro Condarco Morales: el poemario Cantar del Trópico y la Pampa
(Imprenta López, Bs. Aires, 1948, 100 pp.)
Cuando el poemario primigenio salió de las prensas, el poeta contaba con
veintiún años. En la flor de la juventud se abría para Condarco un futuro
literario absolutamente promisorio. Estaba empezando a cosechar los frutos ya
casi totalmente en sazón, de la adolescencia estudiosa y tenaz, en la
consecución de los ideales propuestos. Había sembrado hondo y fueron, ya,
robustos los resultados.
Cantar del Trópico y la Pampa, se abre con el soneto "Río", como
presentación; el poemario, luego, se subdivide en una Primera Parte, integrada
por siete sonetos y un "Poema del bosque", en forma de silva, con
predominio absoluto de endecasílabos y escasa presencia de heptasílabos.
La Segunda Parte, lleva como epígrafe: "Poemas de Amor, Gritos de
Impaciencia y una Oración Final". La componen once sonetos y siete
cuartetos persas, a la manera de los "Rubáyat". La "Oración
Final", que impresiona por su lírica emotividad y profunda reflexión, está
escrita, casi totalmente, en romance heroico; esto es, en endecasílabos
asonantados en los versos pares. Los heptasílabos son contadísimos.
En el poemario que describimos, se aprecia un fácil manejo de las formas
clásicas tradicionales, de la versificación castellana; y de su metro más
noble: el endecasílabo, que, maguer su origen italiano, tiene un prestigioso
linaje ganado en nuestra poesía, desde los tiempos de Garcilaso y aún un poco
más allá. Otra característica que se observa en las composiciones de Condarco,
es la riqueza léxica y la elección de la palabra exacta --¿será este el
fundamento esencial de toda poesía?--. Esa precisión y esta abundancia se
manifestarán, en el futuro, en su obra íntegra. Al enunciar lo anterior tenemos
presente la vastísima obra en prosa de nuestro polígrafo. Recordamos aquí el
juicio del historiador orureño Juan Siles Guevara, quien, comentando la obra
Zárate "El Temible" Willka, opinaba que algunos pasajes de la
narración histórica acusaban un marcado acento poético. Se encontraba presente
el poeta descriptivo de Cantar del Trópico y La Pampa.
En este primer poemario, sonetos descriptivos bien burilados, toma el poeta
como materia de su poesía el paisaje de la montaña, la pampa, los yungas, el
trópico y el mar. Por razones existenciales, por experiencia vital, mayor y más
profunda, son más entrañables los motivos --no utilizo técnicamente el
término-- de la pampa, del altiplano intérmino. Cuya contemplación ha dejado,
casi en todos los casos, su impronta indeleble en los poetas orureños.
Detengamos nuestra atención en el soneto
La Pampa
Sobre el seno opulento de la rampa
detuvo su jornada el peregrino,
para beber el tinte purpurino
que, el alba rosa, sobre el campo estampa
En las montañas pálidas acampa
la lenta niebla de un color de vino;
en tanto pasa hilando el torbellino
los vellones de arena de la pampa.
Se embriaga el viento en su vibrante giro,
tropieza en los oteros y en suspiro,
de esos tiesos y míticos rocines,
Se trueca su riente algarabía;
en tanto desmayante y flojo lía,
con un chumpi de polvo los confines.
El soneto comienza mostrándonos la pampa, como escenario, donde, por supuesto,
se encuentra el hombre: "detuvo su jornada el peregrino,/ para beber el
tinte purpurino /que, el alba rosa, sobre el campo estampa". Es la aurora,
el hombre contempla ("bebe"), los matices cromáticos del "alba
rosa". Este recurso estilístico es una sinestesia.
En el segundo cuarteto, el paisaje va tomando vida, que se anuncia con la
prosopopeya: "En las montañas pálidas acampa/ la lenta niebla de un color
de vino…" Otra prosopopeya contribuye a la humanización del paisaje:
"…pasa hilando el torbellino /los vellones de arena de la pampa".
En los dos tercetos que completan este soneto, el torbellino se presenta ya
como viento; en una gradación natural, primero ascendente y, después,
descendente; se embriaga, tropieza en los oteros; finalmente, trueca su
algarabía en suspiro y lía, con un chumpi de polvo, los confines.
El poeta nos ha mostrado el paisaje de la pampa poblado de presencias; no de
presencias numinosas. No. De presencias telúricas humanas.
Otro soneto que deseamos comentar es
El Viento
El corcel de los vientos se desboca;
rompe la paz que el vesperal serena
y con galope, que la pampa atruena,
pisa los riscos de la enhiesta roca.
Al fuerte golpe de su planta loca
alza un penacho de la blanda arena;
su trote el bravo pajonal sofrena
cuando, punzante, sus ijares toca.
Gime entonces el viento malherido
y, en ademán de luchador vencido,
hacia las cumbres pálidas se aleja,
donde detiene su convulso paso
y su herida, de coágulos bermeja,
va tiñendo las nubes del ocaso.
Otra vez el viento, andariego y omnipresente en las dilatadas y altas
planicies. Pero el viento asume la forma de un corcel desbocado, que, heridos
sus ijares por el pajonal bravío, tiñe el ocaso con su sangre. Viva y enérgica
descripción de los cruóricos e impresionantes crepúsculos altiplánicos. Donde
el poblador suele leer presagios.
Ramiro Condarco Morales, vivió subyugado por el paisaje, que es la fisonomía de
la tierra. Más que todo, lo hechizaba el paisaje andino: montaña y altiplano.
Paisaje natal bienamado.
En esta identificación con el paisaje, que se proyectaba afectivamente con la
humanización del mismo, nos parece encontrar en Condarco una suerte de culto a
la Madre Tierra --a la Magna Mater--, a la Pachamama de las culturas agrarias,
principalmente. Sentimiento profundamente afincado en la religiosidad andina.
Leamos este fragmento de su poema Oración Final:
Cuando la tarde, con sus alas de Oro,
decapite las horas de la espera…
Cuando ruede en dos pétalos de rosa
una ojiva con fuego de tristezas;
y cuando caiga un día, un solo día,
como todos los días de la tierra,
Madre Naturaleza, haz que mis lágrimas
se truequen en nublados de tormenta,
para horadar mi cráneo con sus gotas
y convertirlo en nacarina tierra…
La oración del joven vate, concluye así:
Trino canoro o silbo de serpiente;
hazme, Naturaleza, lo que quieras.
Morir para renacer. Eterna palingenesia. Condarco, comprendía, como su alto
maestro Don Franz Tamayo, el vínculo indisoluble entre tierra y hombre, lo que
en latín se expresa: "Humus: Homo".
Oruro, primavera del 2010
Ramiro Condarco Morales a sus 18 años, fotografía tomada en
1946 cuando fue laureado
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