[Pablo] Decidió trabajar sin intermediarios y
conquistar con colombianos la ruta del sur. (…) En la medida en que sus hombres
viajaban se relacionaban con gendarmes, dictadores y gobernantes, y con viejas
y nuevas mafias. En Bolivia se contactaron con militares y fugitivos nazis
–como el Carnicero de Lyon, Klaus Barbie–, quienes manejaban el comercio de la
base de coca en las selvas. Hombres de Pablo vieron allí cómo los seguidores de
Hitler, 40 años después de la guerra mundial, en plena selva, seguían vistiendo
sus uniformes y desfilando en honor del gran Führer.
Lo
que sucede después de la detención del Patrón en 1976 también está relacionado
con Bolivia y los peces gordos. La conexión es relatada por Luis Cañón en su
libro El Patrón. Vida y muerte de Pablo Escobar8.
Luego
de salir de la prisión, en 1976, Escobar viajó a Bolivia y se entrevistó con
otro hombre que también se dedicaba a sentar las bases de su futuro imperio. Se
trataba de Roberto Suárez, terrateniente y ganadero que ejercía un poder
paralelo en toda la zona de la Sierra Baja. Los dos hombres acordaron unas
condiciones de negociación y unas cantidades fijas. Brindaron por la
prosperidad permanente de su relación y del negocio.
En
los primeros años de la década de 1980, los responsables de controlar la
seguridad de todas las operaciones que se realizaban en las pistas de Santa
Cruz y Beni eran «Los Novios de la Muerte», contratados por el Rey. Barbie,
como detallaremos más adelante, ya era el asesor de inteligencia, emisario ante
el gobierno boliviano y proveedor de contactos de la «General Motors de la
cocaína».
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El
Bavaria era un restaurante y bar de dos ambientes ubicado en el centro de Santa
Cruz de la Sierra. El primer ambiente no tenía ningún elemento llamativo más
allá de algunas insignias y banderas alemanas; sin embargo, el segundo cuarto
tenía una estatua de Hitler y una colección completa de emblemas nazis. Al
menos así lo recuerda el general retirado Gary Prado, quien me contó en una
entrevista telefónica que en 1981 lo intervino para desarticular a «Los Novios
de la Muerte» por orden presidencial de García Meza. Menos de un año después de
instalarse en el Palacio de Gobierno de La Paz, el régimen necesitaba lavarse
la cara frente a EEUU. En todo el mundo se hablaba de la «narcodictadura
boliviana», y el dictador no tuvo más opción que avanzar contra la maquinaria
de la droga asentada en Santa Cruz para ganar oxígeno.
Cuando
García Meza me manda a Santa Cruz como comandante de la viii División del
Ejército [1981] se produce un shock en el resto de los militares cercanos a él.
Ellos manejaban esa división desde La Paz –dice el militar que también
participó en la campaña contra el Che Guevara de 1967–. Yo le dije al general
que iría a Santa Cruz a poner orden. Yo ya conocía que el grupo de los alemanes
trabajaba con los militares en las tareas de represión y también trabajaba
protegiendo a los narcotraficantes. Incluso había grupos civiles armados que
patrullaban en la ciudad. Toda la ciudad estaba atemorizada. Fuimos al Bavaria
–prosigue Prado–, que era el cuartel general de los nazis. Los capturamos a
todos y los puse en la frontera. Los saqué a Brasil inmediatamente y eso causó
un alboroto tremendo en Santa Cruz. Así empecé a poner orden. Tardé un mes en
desarmar estos grupos. Sabíamos que tenían banderas nazis y una estatua de
Hitler y que allí se hacían rituales. Sacamos todos esos símbolos. Cuando
ingresamos ellos pensaron que veníamos a impartirles órdenes porque vieron que
éramos militares.
La
contraparte boliviana de los libros colombianos fue más difícil de conseguir,
pero al fin hallo un indicio a través de esta conversación con el general
Prado. El militar retirado me contó que se producía tanta pasta base en Bolivia
que en cierto momento las arcas del Banco Central se llenaron por las
incautaciones. Así fue como el gobierno tuvo que almacenar el resto de la droga
en los cuarteles. «Toda la producción se iba en avionetas desde todas partes
para los colombianos. Acá no había laboratorios de cristalización», asegura.
Fue
Prado quien expulsó de Bolivia al famoso neonazi Joachim Fiebelkorn, un alemán
desertor de su Ejército aficionado a coleccionar uniformes y artículos de las
tropas de asalto de Hitler. Él era el jefe del grupo de mercenarios que Barbie
puso a disposición de Roberto Suárez y que vieron sorprendidos los hombres de
Escobar en medio de la selva.
Una
vieja publicación de 1980 del instituto londinense Latin American Bureau,
titulada Narcotráfico y política. Militarismo y mafia en Bolivia9,
permite completar la fotografía de la relación entre los paramilitares
colombianos y bolivianos. Allí se puede leer el relato de uno de los
paramilitares que formaban parte de la mafia cruceña. El libro identifica al
autor del testimonio como un mercenario alemán «ex-boxeador de peso mediano»,
quien reconoce a Barbie como uno de los que daban instrucciones al grupo.
Suárez
tenía 28 pequeños aviones con un águila negra sobre el fuselaje. Dos de
nosotros acompañábamos al piloto: se aterrizaba en el territorio boscoso del
Beni, cerca de la frontera brasileña, y se esperaba a los intermediarios
colombianos. Los capos de la mafia boliviana se habían comprado amplios
territorios en el Beni para ocultar sus negocios. Había una pequeña pista en
medio de los árboles donde aterrizaban los aviones. Antes de nuestra
intervención, sucedía con mucha frecuencia que los colombianos pagaran con
paquetes ya preparados que contenían pocos dólares y mucho papel y escapaban lo
más pronto posible mientras disparaban ráfagas de ametralladora. Pero
Fiebelkorn hizo instalar dos puestos de bazooka en torno a la pista. Desde
aquel día, los colombianos empezaron a pagar regularmente. Tenían miedo y rabia
de nosotros, los alemanes.
Era
lindo –prosigue el relato anónimo– hacer el viaje de regreso a Santa Cruz con
el avión cargado de «verdes». Una vez tuve en mis manos cuatro millones de
dólares. Suárez no nos hacía faltar nada y nos pagaba 5.000 dólares al mes, una
gran suma para Bolivia. No sabíamos dónde gastarlos, porque en el Bavaria todo
era gratis para nosotros. Había cinco chicas alemanas, más Gerlinde, la
preferida de Joachim [Fiebelkorn]. Con las hermanas Marianna y Mara, dos
ex-cabaretistas del Treff, en el Taunus Feldberg de Fráncfort, Gerlinde había
protagonizado breves films pornográficos. Los proyectábamos para los coroneles
bolivianos y ellos perdían la cabeza. Un día vino a visitarnos Klaus Altmann
[Barbie], entonces consejero de Seguridad del Ministerio del Interior
boliviano. Nos dijo: «Llegó el momento. Es necesario hacer saltar este gobierno
antes que Bolivia se transforme en una gran Cuba».
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