EL SEÑOR TOVAR

Aurora Viscarra de Navarre

El año 1895, vivía en Oruro un señor de apellido Tovar, hombre de muchas campanillas por su fortuna; avaro, como rico. Casas lujosas; salones provistos de vitrinas regias, ele-gante comedor engalanado con vajilla en profusión de porcelana Sevres, elegante dormitorio; aunque célibe, todo en perfecto orden y limpieza por haber acostumbrado a sus servidores a que así fuera.
Su avaricia hacía que todos los ignaros a quienes tocaba servirlo, lo temieran como al mismísimo Satanás. Se mane-jaba con el mayor cuidado. Lo más natural era, encontrarse con alguno de éstos cruzando de una pieza a otra, llevando entre sus manos como una patena, una insignificante tacita u otro objeto delicado, sabía que si la rompía, debía pagarla. El señor Tovar, cuidadosamente había catalogado a una taza rota; con un cerdo o una gallina; taza y platillo, con dos; un plato sopero o plano, etc., etc. Una lista larga, clavada sobre su velador, se destacaba a la vista para que no confundieran el orden establecido.
En cierta ocasión, este señor cayó enfermo con algo que se lo llevaba a la tumba: tuvo que recurrir sin más trámites a la atención de un médico. Puso en sus bolsillos un boliviano para pagar la consulta esperanzado de que por ser amigo es-taba obligado a cobrarle menos.
El estado del señor Tovar, dejaba que desear mucho; anemia profunda, primera prescripción médica aquel vino de Peptona conocido hasta nuestros días por sus excelentes cualidades para el caso. El galeno recomendóle tomar después de cada comida. Tovar salió satisfecho del consultorio, había logrado alguna rebaja. Compró el vino, por aquellos tiempos venturosos sólo costaba un boliviano y veinte centavos.
En poder del medicamento, llegó a su casa; temeroso que el pongo sintiese tentación de probarlo, le llamó y le dijo:
— Ven Emeterio, óyeme, mira esta botella; entiéndeme bien; voy a ponerla sobre mi velador, cuidado con probar su contenido, un solo sorbo te mataría; es veneno para los ratones, esta última temporada han hecho su agosto en la casa. Huay de ti si te dejaras tentar, caerías fulminado. ¿Me entendiste?
— Si tata -dijo Emeterio invadido de terror, temblando- me cuidaré de mirarlo siquiera.
Poco tardó en llegar la tragedia. Al siguiente día Tovar, después de su parco almuerzo, fuese a hacer la digestión paseando en la Plaza 10 de Febrero luego de haber tomado su medicamento. Aprovechando la ausencia del amo, Emeterio ordenaba la casa prolijamente. Habitación por habitación, revisábalo todo con el propósito de que su amo estuviese satisfecho. Refregaba cubiertos de plata, pulía la vajilla y sacaba el polvo a todo cuanto encontraba a mano, ¡Dios todopoderoso; -poco antes al entrar al dormitorio del señor Tovar nomás había visto Emeterio sobre el velador de su amo la consabida botella de vino de Peptona, con cierto temblorcillo; la había observado al trasluz, la destapó y olió, rápido volvió a acomodarla respetuosamente donde estaba y salió de la habitación y... ahora cuando menos lo esperaba se le cayó de las manos una hermosa sopera china, haciéndose añicos. Helado de terror el indígena analizó la forma cómo se haría pagar su patrón la rotura de la sopera. Una oveja, sería poco, un chancho tampoco satisfacería su avaricia, la sopera valiosa exigía más, probable que le quitaría su única vaquita o el pequeño terreno que tenía allí en su pueblo. ¿Para qué ya la vida? -se dijo el desdichado- además de despojado, le esperaba una buena azotaina; sentado en el suelo junto al artefacto quebrado se mezaba los cabellos desesperadamente y procurando juntar los pedazos esparcidos por todas partes. ¡Una idea luminosa!
— ¡Estoy salvado!, gritó loco de contento, las almas del Purgatorio me han salvado y sin dar tiempo a su meollo a recapacitar un minuto, corrió al dormitorio del señor Tovar, levantó el vino de Peptona, lo descorchó, y se lo tomó de un solo envión diciendo:
— El patrón dijo que poco causa muerte lenta. Me tomaré todo su contenido para morir pronto.
El lecho de Tovar estaba tentador, sábanas blanquísimas y cobertores de vicuña, buenas almohadas llenas de encajes. Emeterio al sentir ya los efectos del alcohol del vino se jugó el todo por el todo, deslizándose entre las sábanas, dispuesto a morir cómodamente y... quedando dormido profundamente.
Poco después llegaba a casa el señor Tovar, eufórico de haber tomado un sol vivificante. ¡Oh poderes infernales!, a los primeros pasos dados en el comedor quedó quieto al ver la sopera en mil pedazos tirada en el piso.
— ¡Emeterio! -gritó rojo de cólera- ¡Emeterio!... ¿Dónde te metiste? -cambiando de tono su voz desde el falsete hasta el bajo profundo. Al no recibir respuesta, tambaleante fuese hasta su dormitorio, blandiendo su bastón de recio cerezo y se quedó mudo de estupor al verle a su pongo dormido cual un justo, en su propia cama, en la suya, en la del señor Tovar. Emeterio dormía la borrachera, nada más. Tovar rojo de ira levantó su bastón para romperle las costillas al insolente. No lo consiguió, pues cayó al piso muerto con una congestión cerebral.

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