Era una mañana cálida de abril, las hojas de los árboles de
a poco se caían anunciando que ya llegaban los meses fríos del año, en la calle
los bocinazos habituales de los minibuses que tratan de llegar hasta su
destino, en ese trajín un grupo de pequeños esperaban impacientes en las
puertas de la Casa Simón Iturri Patiño, ahí donde justamente se tiene un museo
con todo lo que dejó el Barón del Estaño antes de irse a Europa a finales de
1920.
-Silencio niños- replica la profesora, tratando de acallar el bullicio,
-enseguida vendrá el guía, guarden un poco de paciencia-, replicaba y de pronto
de la parte superior de las escaleras aparece una persona de edad moderada,
quien con una voz ronca les dice -¿chicos ya están listos? -, y una conjunción
de infantiles voces contesta -Sí…-, el guía llamado Ángel brinda las
instrucciones necesarias de seguridad de la visita para que ninguno de los
objetos sea dañado.
Los niños luego de subir las escaleras se percatan de una figura muy
particular, la de un pequeño sentado, con las manos en el regazo y los pies
cruzados, está encima de una silla, su mirada parecería indicar que espera
algo, -¿quién es él señor? -, pregunta la dulce voz de una pequeña. -Ah…, qué
buena pregunta-, responde el guía, y comienza a explicar: "¿Ustedes
conocen la historia de Simón I. Patiño, el magnate del estaño que construyó
esta casa a principio de 1900 y donde vivió hasta 1920?, pues en un principio
no era tan rico, no, era un desafortunado que incluso casi pierde todos sus
bienes, de no ser por doña Albina, su esposa, él hubiera estado encarcelado por
las deudas".
- Este muchacho que ven aquí sentado se llama Salvador, es un negrito que fue
encontrado por los esposos Patiño en uno de sus viajes a Uncía, fue doña Albina
que lo recogió cuando tenía cuatro años, estaba sentadito así como lo ven en la
estatua, sin familia, sin procedencia, abandonado a su suerte, pero gracias al
buen corazón de Albina fue recogido por la familia y tratado como uno más a
pesar de que la comida era escasa para todos.
- Salvador seguía a todo lado a don Simón, lo ayudaba en las tareas de la
administración de la mina que tenía allá en Llallagua, un día de aquellos
cuando Patiño ya estaba muy agobiado por las deudas y los problemas hizo un
último intento de buscar una veta en la mina y la encontró, y como tenía al
muchacho a su lado decidió llamar a la veta "La Salvadora" en honor
al niño que le trajo suerte.
En eso una de las chiquillas interrumpe, -¿pero él era un criado? -, a lo que
el guía replicó -para nada, fue tratado como uno más de la familia hasta que
falleció a los 33 años por causa de la tuberculosis-.
Otro de los pequeños pregunta: ¿Y no se mueve? -, a lo que se escucha una
carcajada general por el museo, uno de los compañeros refuta -Cómo se va mover,
pues no ves que es una estatua-.
En eso interrumpe el guía Ángel mencionando: "Aunque ustedes no crean,
este negrito es súper travieso, incluso en algunas ocasiones hasta de día nos
hace renegar".
El guía comienza a contar que a Salvador le gusta caminar por las noches y que
sus pequeñas pisadas se sienten en la planta baja, pero los cuidadores no se
animan a subir.
Recordó que hubo una época en que se recibían quejas de una familia que vivía
enfrente de la casona Patiño, una señora venía a protestar indicando que un
niño molestaba a su hija por las noches. Asombrados por semejante acusación, el
cuidador y la mujer revisaron cada resquicio del museo y solo percibieron al
negrito sentado al lado de la escalera con una mueca en el rostro como si fuera
a reírse, se dieron cuenta que Salvador caminaba por las noches y salía a los
balcones a buscar algún amigo con quien jugar.
-Incluso él debe tener más juguetes que muchos de ustedes-, asegura a los
pequeños, -eso se debe a que varias personas son devotas de este negrito al que
también le llaman Bernito, algunos le dan monedas y otros regalos, incluso
existe un señor que cada año le trae un regalo especial porque afirma que el
pequeño Salvador le habría hecho varios favores-.
En el museo Patiño existen varias fotografías donde se ve al pequeño
compartiendo con la familia, al final del recorrido, Ángel con voz amable
indica: "Son algunas historias que pueden suceder en casonas viejas como
esta, personalmente nunca me ha pasado, pero si tiene varios creyentes es
porque debe tener fortuna este chico", acariciando a la estatua que espera
a los visitantes para que puedan conocer las fantásticas historias que se
yerguen al interior de la Casa Patiño, una obra de arte para la época en que
fue construida y un hermoso legado que perdura hasta hoy en día gracias al
trabajo de los cuidadores de la Universidad Técnica de Oruro.
FUENTE:
Extensión Universitaria de la Universidad Técnica de Oruro
Ángel Arancibia Baldivieso, guía del Museo Simón I. Patiño
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